Y así, borrando correos, llegué a la newsletter de Pat Gento, a la que tampoco recordaba haberme suscrito, y que abrí con la intención de borrar la suscripción. Pero cuando empecé a leerla me enganchó, me vi clicando en los links que sugería y recordé por qué me había suscrito (y por supuesto no borré).
Una de las recomendaciones fue el Podcast de Javier Aznar, Hotel Jorge Juan, y como tenía 45 minutos de coche por delante, me puse el último episodio. Tengo que decir que el propio podcast en sí merece una entrada entera, y la haré, pero la cuestión ahora es que ese primer episodio, en el que conversaba con Noe Olbés (escuchadlo, merece la pena), me trajo un listado de libros pendientes; el primero que decidí comenzar fue “Los suicidas del fin del mundo”.
La premisa, un pueblo de la Patagonia donde en una determinada época se suicidan un número alarmante de personas (sobre todo jóvenes). Parece que la historia no trasciende, nadie investiga, no ocupa ninguna portada, pero sí llama la atención de la autora, Leila Guerriero, que acude allí y nos trae esta crónica periodística-narrativa que atrapa desde la primera línea.
Siempre hay algo novelesco en un suicidio. Por incomprensible, por doloroso, por la historia que creemos que debe haber detrás. Necesitamos creerlo; necesitamos un por qué, una razón que lo explique en ese caso en concreto, porque si no hay ninguna, nadie está seguro. La fugacidad de la vida en su máxima expresión: la autoamenaza.
Pues bien, Leila Guerriero huye de novelas y cuenta la realidad, sin filtros, descarnada. Trata al lector como un actor más de la historia, no explica, sólo pregunta, indaga y obtiene el cuadro completo. Casi completo; en estos casos, como es lógico, falta la voz del que decide no seguir.
En general las vidas pintadas son amargas, duras, y sin embargo la decisión de morir no encaja. Cada una de las muertes es una sorpresa, aunque las condiciones de vida sean un caldo de cultivo perfecto para tomar esa decisión. Incluso en las vidas de los que se quedan, se advierte una suerte de feliz resignación, casi diría que esperanza; me recuerda a los relatos de Benedetti y me pregunto cuánto de ficción habría en ellos.
Cuando termino el libro me lleva un tiempo volver a mi realidad. Ocurre con la buena narrativa; he caminado por las Heras, he entrado en esas casas, escuchado sus historias, me he sumergido en sus vidas. He visto otra cara del suicidio, la única que podemos conocer, la de los que se quedan. A ellos, a los del fin del mundo, Leila Guerrero ha conseguido lo que imagino que cualquier buen periodista aspira a conseguir: les ha dado voz.
Y en mi caso, este libro ha conseguido algo más: volver a tener ganas de recomendar, de compartir, de volver a mi blog. Ha pasado mucho tiempo, hay mejores plataformas, más rápidas y que tienen más difusión, pero me apetece volver aquí. De momento cuando escribo esto ya tengo otros dos libros más para compartir, el podcast al que me refería al inicio y una aproximación distinta a películas de siempre. Quedaos por aquí, compartid vuestras sugerencias y volvamos a crear momentos.
¡Qué noticia más bonita, la de volver a leerte! Cinco años, intenta resumir cinco años de la vida de cualquiera y te sorprenderías del resultado. Como sé un poco (o un mucho, o un suficiente) de la tuya, valoro mucho lo que supone volver a abrir este cuaderno virtual. Así que te espero en la próxima publicación!
ResponderEliminarQué bien que hayas vuelto a escribir en tu blog, me encanta como cuentas las cosas y me fío mucho de tus recomendaciones. Sigue contándonos tus cosas. Un abrazo
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