Una vuelta al pasado: Los cinco y yo

martes, 5 de diciembre de 2017

Cada momento de mi vida, cada etapa, aparece ligada a un determinado autor, o a uno o varios libros. Algunos vinieron para quedarse (como mi imprescindible García Márquez), otros fueron algo pasajero, pero todos ellos han ido ayudándome a crecer de una u otra forma. Creo que sin duda los libros, para aquellos que hacemos de la lectura más que una pasión una necesidad, definen en gran medida lo que somos.

Y no puedo imaginar mi infancia sin Enid Blyton. Una vez que descubrí sus libros, no sólo se convirtieron en mis favoritos, sino que experimenté por primera vez la increíble sensación de leer siendo parte del libro, de la historia, de tal forma que durante el tiempo que leía me olvidaba del reloj, de dónde estaba, incluso de quién me acompañaba en la habitación. Por eso, la idea de leer un libro titulado “Los cinco y yo”, me atraía y repelía a partes iguales; no siempre aquello que hemos admirado en la infancia pasa la prueba de una revisión en la edad adulta.




No obstante, una vez comencé a leer, Antonio Orejudo me atrapó. De una forma un tanto torticera al inicio, preguntándome dónde empezaba la ficción y terminaba la realidad, o incluso si existía alguna realidad. Pero pronto, sin darme cuenta, ya no estaba en mi sillón: había vuelto a Villa Kirrin.

Porque me identificaba con cada línea, porque me sorprendía una descripción precisa de cómo me sentía hace tantos años… Porque de repente, experimento exactamente lo que en su día me hacía permanecer las horas muertas pegada a un libro, ajena por completo a lo que me rodeaba. 

Empiezo a subrayar frases que me parecen magistrales, porque ponen en palabras mis emociones, las de ahora y las de entonces. Y lo hacen de tal forma que la sensación es de haber completado una necesidad que ni siquiera era consciente de que existía. Asiento al leer esto y aquello, dejo de subrayar porque prácticamente estoy destacando todo el libro… Me siento confusa, no sé si estoy homenajeando lo que estos libros significaron para mí, o derrumbando parte de su recuerdo.

Y no puedo dejar de leer; sea como sea, necesito llegar al final, al fondo de aquella parte de mí que vuelve ahora con fuerza, como algo presente, una parte que nunca se ha ido, al menos no del todo. Y veo, y recuerdo, que no estoy ni estaba sola, que fuimos muchos los que nos dejamos atrapar -¿engañar?- por unas historias que nos parecían cercanas y a la vez nos dejaban entrever mundos  casi casi extraterrestres. 

Llego al final. Hace muchas páginas que lo deseo y lo temo, porque sé que este libro ha despertado la conciencia de cuánto he perdido de mí misma por el camino. No sé si debería recuperar la visión ingenua y el zambullirme en cada libro disfrutando de la historia, convirtiéndome en personaje de la misma y dejando a un lado el cinismo que me acompaña desde hace tiempo -y del que no era consciente hasta que no he leído este libro- o si en realidad es la visión cínica la que debe prevalecer; quizás el ser adulto lo hace inevitable. 

Sin embargo, conforme escribo, se me aparece con claridad que hay que tratar de recuperar la inocencia, el entusiasmo de cada nueva lectura. Siendo más consciente de que en todos estos años, quizás me he olvidado muchas veces de disfrutar, sin más pretensiones. 


Sí, hay que leer este libro. Si leíste a Los Cinco, porque directamente Antonio Orejudo se dirige a ti. ¿Te hará sentir único, o todo lo contrario? ¿Te gustará lo que ves desde tu edad actual, sentirás nostalgia, descubrirás que nada fue lo que parecía? Y si no leíste a Los Cinco, quizás quieras recordar esas otras historias que hicieron desaparecer la realidad que te rodeaba. Al fin y al cabo, en uno y otro caso, hoy eres de los que buscan vibrar con un libro; por eso tú y yo hoy nos encontramos aquí, y por eso, en cada libro, nos dedicamos mutuamente un momento de nuestro día.

Como ya anuncié en Facebook, a partir de ahora colaboraré en el blog Ni un día sin libro, y al principio las reseñas serán publicadas en los dos sitios. Os invito a que le echéis un vistazo también allí; un paseo por Ni un día sin libro siempre es una buena idea. 

De vuelta con Silvio

miércoles, 29 de marzo de 2017

Y  repente, una tarde cualquiera, se me ocurre volver a escribir. Ningún suceso especial, sólo una canción, pero qué canción... pura poesía, un canto a un amor que duele, porque no ha llegado a serlo; Silvio Rodríguez y su Óleo de una mujer con sombrero.

La habré escuchado un millón de veces, cuando venía a cuento en mi vida, y también cuando no; siempre vuelvo a ella, a Silvio, cuando siento nostalgia, pero también cuando me hace falta cuidar el alma. No sabría decir por qué, pero escuchar a Silvio, y muy especialmente esta canción, me produce una calma q pocas cosas pueden conseguir. Empieza siendo tristeza, pero pronto, muy pronto, se transforma en paz, en serenidad y en comienzo. Siempre. Me considero afortunada por tener este refugio, y siempre agradeceré a quien trajo a Silvio a mi vida; seguro que ella lo recuerda.

Y por eso he pensado en ofreceros (de nuevo, porque ya publiqué una entrada sobre Mano a mano) mi bálsamo, para que, si no lo habéis hecho ya, empecéis a utilizarlo. Empezad con esta canción, escuchad un lamento por un amor que ha fracasado sí, pero atentos a la forma en que se enfrenta el autor al fracaso. Esa mujer, que por cobarde, se ha perdido "esa bella locura", "mi forma de amar", "mi huella en su mano". Es ella quien ha huido, y por tanto es ella quien ha perdido.

Porque en el amor, la cobardía no puede existir. Dos conceptos que, si no lo hacemos ya, debemos considerar opuestos, enfrentados en un duelo en el que sólo uno puede sobrevivir. "Los amores cobardes no son amores ni historias, se quedan ahí". Cómo vamos a enfrentarnos a algo tan arriesgado, tan necesitado de entrega y generosidad como es el abrir nuestro corazón y nuestra alma a alguien, siendo cobardes. En el amor, como en todo, la cobardía estorba, impide avanzar y deja un sabor amargo. Sí, en todo. Pensad en vuestra propia vida, en aquellas decisiones en las que os guió el no querer correr riesgos... aún hoy nos dejan un nudo en la garganta, ¿verdad?

Pensad en ello, escuchad la canción con los ojos cerrados, saboreando y haciendo vuestra cada palabra. Vosotros sois los valientes, sentid que todo es posible. No hay garantía de éxito, es verdad, pero sí de la paz interior del que sabe que se ha entregado, que ha amado, aun cuando no haya sido correspondido de la misma forma; el sentimiento de las cosas bien hechas, y el orgullo de haber sido capaz de algo tan difícil como amar. 

Por mi parte, gracias de nuevo a Silvio por despertar esta parte de mi que me llevaba, entre otras cosas, a este rincón cada semana, por traerme de nuevo mi "momento del día".