Para compartir leyendo: Estrómboli

miércoles, 10 de agosto de 2016

Después de un tiempo sin escribir, el blog me llama. Quizás porque entre mis últimas lecturas he encontrado la motivación que me faltaba; no sabría decir si leo más porque escribo o escribo más porque leo, pero en cualquier caso, sin duda cuando un libro genera en mí algo inusual, de forma automática vuelvo al blog.

Y lo hago de la mano de una de las recomendaciones más insistentes de Juanjo, al que ya conocéis y seguís en Ni un día sin libro: Estrómboli, de Jon Bilbao. Un libro de relatos que son pedacitos de vidas, instantes pensados y plasmados con una finalidad: llamar nuestra atención y perdurar en el recuerdo.


Porque no son relatos al uso (si es que eso existe). Son episodios que nos dejan con un buen sabor de boca, el de las cosas completadas, algo realmente difícil de conseguir en los libros de relatos, que muchas veces nos dejan un sentimiento de insatisfacción. Como si fuesen ensayos de algo destinado a ser más grande y que se quedó en el camino. Jon Bilbao, de forma magistral, llena nuestras expectativas en cada uno de esos pequeños cuentos, nos intriga, divierte y atrapa de tal forma que casi casi llegamos al final conteniendo la respiración. 

Y todo ello con ese dominio de lenguaje que permite a los verdaderos escritores hacer maravillas con él. Utiliza las palabras para provocarnos exactamente de la forma que quiere, llevarnos al punto en el que quiere situarnos, de tal forma que al final, no sabríamos decir quien utiliza a quien: ¿es el escritor quien maneja los hilos, consiguiendo nuestras reacciones, o tenemos nosotros capacidad de decisión? Mucho me temo que no: en realidad somos prisioneros a lo largo de las páginas, con la falsa sensación de libertad que produce la brevedad de los relatos. No podríamos dejarlos, aunque quisiéramos, y esa es la intención que desde mi punto de vista existe en el libro.

Como ya sabéis, no me gusta desvelar nada del argumento; aquí solo se trata de plasmar mis emociones, a fin de que si os animáis a leerlo, podáis compararlas con las vuestras, una forma de compartir, de algún modo, el solitario (en teoría) placer de leer. 

Y mi recomendación hoy es que aprovechando el verano, de tardes interminables y moches calurosas, os atreváis a descubrir a Jon Bilbao. Leedlo, comentadlo, recomendadlo. Es un libro muy agradecido para compartir, incluso admite una lectura casi casi conjunta; el placer de un hallazgo así es doble si lo disfrutamos con alguien. Ahora que tenemos más tiempo libre, ¿por qué no hacer partícipes a quienes tenemos al lado de algo tan apasionante como un buen libro? Estrómboli es una buena forma de comenzar a abrir la puerta de nuestro paraíso privado: nuestros libros. 

Instrumental: el poder sanador de la música

martes, 24 de mayo de 2016

En todo este tiempo sin escribir, he leído libros, visto películas, escuchado música y visitado sitios que sin duda merecen un hueco aquí. Sin embargo, hoy vuelvo al libro que tenía entre manos la última vez que publiqué una entrada, y que no he conseguido quitarme de la cabeza: Instrumental, de James Rhodes. 


He empezado muchas veces a escribir la reseña correspondiente; he releído lo escrito, borrado, vuelto a escribir y borrar. Ante un ejercicio de sinceridad y valentía inmensas como el que realiza el autor, no es posible quedarse a medio camino, limitarse a describir el argumento, pasar de puntillas. No sólo porque en él se trata el tema de los abusos a menores (o como dice el autor, violaciones; parece que el término abusos trata de suavizar el efecto que pueda tener en nuestras conciencias), sino por cómo está contado.

Y es que el autor no se limita a relatar su sufrimiento de entonces, sino también las consecuencias que a día de hoy aún sufre. Y lo hace presentándose como un ser imperfecto, sabiendo que es la víctima y mostrándonos que en realidad, necesita sentirse víctima. Quizás es la parte que más me llamó la atención: no era necesario que nos mostrase que en realidad "disfruta" siendo la víctima, un giro inesperado que en un momento determinado podría conseguir justo lo contrario, el que dejáramos de verlo así. No, no era necesario, y precisamente por eso, logra que nos rindamos, que abandonemos cualquier idea preconcebida y que abramos nuestra mente a todo la crudeza que expone.

Por supuesto, podemos dejar el libro en cuanto nuestra sensibilidad se ve herida, apartar la vista y continuar con nuestra vida. O mejor dicho, con nuestra apariencia de vida; no creo que sea posible una vida plena en la que simplemente apartemos a un lado aquello que nos es molesto.  No lo hagáis. Os estaríais perdiendo una historia dura, sí, pero una historia en la que la esperanza y la redención se van abriendo paso a medida que avanzamos.

Y al fin, la música. Como la gran salvadora, la materialización de cualquier sentimiento. Viajamos en el tiempo a través de la vida del autor de la mano de las composiciones musicales que han marcado cada etapa de su vida, o que de alguna forma siente que la representan. Y así, de su mano, vamos conociendo, o redescubriendo, según los casos, algunas piezas indispensables de la música clásica. Es una selección subjetiva, claro está, y hay que contemplarla desde la perspectiva que el autor nos ofrece: representan pasajes de su vida, momentos de gran intensidad que él aprecia entre sus notas. Atención a la locura, de la mano de Prokofiev: estremecedora.


Mi recomendación: una primera lectura del libro, que permita tener una visión de conjunto. Y luego, con los sentimientos a flor de piel, ocupaos de la música. Comenzad con la selección del prólogo, e id releyendo cada capítulo de la mano de la pieza que lo encabeza. Aprovechad el efecto terapéutico de la música clásica; en el caso de Rhodes, Bach le salvó la vida de una forma literal, pero lo cierto es que todos, en un momento u otro, llegamos a tener algún aspecto que sanar. Lo difícil es tener la honestidad suficiente como para reconocérnoslo, y la valentía de abordarlo; cualquier momento es bueno para empezar, así que, ¿por qué no hoy?

Cicatriz

jueves, 17 de marzo de 2016

Cuando termino un libro, lo primero en lo que pienso es, de forma inmediata y casi casi automática, si querría recomendarlo y a quién. Hay muchas razones para recomendar un libro; el argumento, la sensibilidad de la persona destinataria, el momento emocional. Y hay ocasiones en las que te encuentras con que la razón fundamental para recomendarlo es que has descubierto a un autor excepcional. Hoy os traigo un libro que aúna todas esas razones, y más: Cicatriz, de Sara Mesa.


Lo cierto es que aunque me lo había recomendado Juanjo, de Ni un día sin libro, en varias ocasiones lo había tenido entre las manos y vuelto a dejar, quizás porque la contraportada habla de una historia de amor en unos términos que no acababan de llamar mi atención. No cometáis ese error: Cicatriz no es una historia de amor al uso, ni siquiera estoy segura de que haya una historia de amor entre sus paginas. 

Y así, cuando comencé a leerlo me sumergí, desde la primera palabra, en el universo creado por Sara Mesa. Pequeño, limitado, concentrado en dos personajes, sí, pero a la vez intenso, extraño y profundamente inquietante. Durante toda la lectura me acompañó una sensación de inquietud, de incomodidad; tenía la impresión de estar invadiendo una esfera íntima, y lo cierto es que así es: nos colamos en la mente de Knut y de Sonia, en sus más profundos pensamientos. Vivimos un intercambio de lo más recóndito de cada uno, en un juego constante con el lector: ¿qué es real y qué es inventado? ¿Son los personajes lo que dicen que son? ¿Quién juega con quién?

Porque en los inicios de toda relación hay juego, hay una parte de ficción, tratamos de mostrar lo mejor de nosotros mismos, queremos a toda costa impresionar. Y poco a poco, vamos descubriéndonos y descubriendo al otro, conociendo las imperfecciones que a la larga son lo que nos definen. Pero ¿y si el juego se prolongara a lo largo de los años, adueñándose de nuestra vida y convirtiéndonos en aquello que fingimos ser? ¿Haría real lo irreal, o terminaría por deshacerse, por estallar? Eso es Cicatriz.

Y por si no bastara con eso (¿a que a estas alturas de la entrada ya tenéis ganas de leerlo?), nos encontramos con que Sara Mesa juega con las palabras y con el lenguaje de tal forma que en cada párrafo no podemos dejar de asombrarnos. Lo que distingue a un escritor brillante, lo hallamos en Cicatriz: no es sólo lo que se escribe, sino cómo se escribe. La forma nos maravilla al mismo nivel que el fondo, incluso más. Disfrutamos con el argumento, sí, pero también nos sorprendemos con el formato (aquí no doy ninguna pista porque gran parte de la originalidad de esta novela radica en él), y con las constantes referencias literarias, con que el modo en que las palabras no sólo cumplen el propósito de contar, sino que además embellecen (y no poco) la historia.

Cuando terminé Cicatriz, como os decía al comenzar esta entrada, tenía claro que lo recomendaría y no tuve que pensar a quién. En este caso, más que una sugerencia es casi una orden: tenéis que leerla. Porque descubrir a una gran escritora no tiene precio; al fin y al cabo, la buena literatura abre nuestra mente y no es tan sencilla de encontrar.

Por mi parte, estoy deseando empezar Mala letra, de la misma autora, aunque se ha colado con una fuerza inusitada un libro que os traeré en cuanto termine, Instrumental, de James Rhodes.  Pasar de Cicatriz a Instrumental es el ejemplo perfecto no sólo de la diversidad de opciones que existen, sino también de lo apasionante que puede llegar a ser leer; de cómo la literatura puede ser, sin duda, nuestra tabla de salvación.







En lo alto de la torre: más que una fábula

martes, 8 de marzo de 2016

Hoy os traigo un libro atípico, de una editorial para mí desconocida hasta ahora: En lo alto de la torre, de Ardicia ediciones, que he descubierto, cómo no, gracias a mi blog de cabecera, Ni un día sin libro. Ellos también lo han reseñado, y os recomiendo leer su entrada; si no lo habéis leído, tendréis dos perspectivas, y si ya lo habéis hecho descubriréis puntos en común con alguno de nosotros, o todo lo contrario, no estaréis de acuerdo con ninguno. En todo caso, una parte importante del atractivo de un libro es compartir opiniones, ¿no creéis?

Primero, algo de lo que no suelo hablar, porque en realidad es difícil que me llame la atención, es el "aspecto físico" del libro. En este caso no me queda más remedio, porque lo cierto es que las ediciones de Ardicia son tan atractivas que reclaman tu atención desde la estantería. Ya me ocurrió con otro de sus libros, En la niebla, cuya cubierta me atrajo poderosamente. En el caso de En lo alto de la torre, he llegado incluso a volver a la portada durante la lectura del libro, para simplemente contemplar la ilustración y volver a reanudar la lectura.


En cuanto a la historia, aparentemente la línea argumental es sencilla: Narcisse Gurdebeke, vigilante de la torre del pueblecito de Flyssemugue poco a poco y ante la dificultad de subir y bajar los cuatrocientos veinticinco escalones de su nueva residencia, acaba por construirse un auténtico vergel en la propia torre. En la contraportada del libro nos hablan de una fábula con tintes ecologistas (algo sin duda avanzado para la época en la que se escribió), y lo cierto es que algo de eso hay. No obstante, a mí me transmitió no sólo mucho más que eso, sino mucho más de lo que esperaba, hasta el punto de que tiene un hueco en la estantería de mis libros favoritos.

Porque aparecen en este libro algunos de los grandes demonios con los que se enfrenta el ser humano al vivir en sociedad. Por un lado, la envidia, encarnada aquí en el escribano, que antes de que llegue a perjudicarle, lo rechaza de plano: cómo va a disfrutar de comodidades adicionales el vigilante de la torre (si yo no las tengo). Por otro lado, la mentalidad estrecha y el miedo al cambio; así, las gentes de Flyssemugue, que sin tratar siquiera de entender qué está ocurriendo, lo juzgan y condenan simplemente por ser diferente a lo conocido. Aunque sea mejor; al final es necesaria una demostración fehaciente que venza el habitual "si no lo veo no lo creo".

Y en cuanto a nuestro héroe, lo cierto es algo más: también es villano. Porque al final tantos desvelos son consecuencia de la pereza (comprensible desde luego) de subir y bajar los escalones, y porque aunque intuye (y luego comprueba) que puede perjudicar a sus semejantes (así, le impide en ocasiones desarrollar sus deberes de forma eficaz, e incluso causa destrozos en la torre cuyo cuidado es su principal trabajo), egoístamente sigue adelante sin calcular si es posible poner los medios para que no causar ningún daño.

Finalmente todo se acaba resolviendo gracias a un hecho absolutamente fortuito, que todo el mundo celebra sin pensar en que los problemas que en su día ocasionó la transformación de la torre siguen sin ser abordados. Pero aquí, como en Fuenteovejuna, todos a una, ya sea para condenar o para aplaudir; ¿veis la crítica que encierra una historia  aparentemente tan simple?

Lo cierto es que En lo alto de la torre es un libro que puede dar lugar a muy diversas interpretaciones; y precisamente ahí radica su originalidad y su valor. Os recomiendo su lectura (el libro es breve, por lo que no tardaréis demasiado) de forma casi casi conjunta, de tal modo que podáis discutir sobre lo que ha querido transmitir el autor, sobre lo que os provoca. Por mi parte, una vez leído y reseñado, espero a que Juanjo y Virginia lean esta entrada. ¡Hagan juego señores!


Un momento de película: 10.000 kilómetros

miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Y si un buen día a tu pareja le ofrecieran una oportunidad en su trabajo/pasión única e irrepetible? La respuesta emocional es clara: sentirías alegría, orgullo. Pero ¿qué ocurre cuando esa oferta implica un cambio de residencia a, digamos, diez mil kilómetros, durante un año? Ahí ya entran en juego otras emociones, ¿verdad?

Esta es la premisa de la película 10.000 kilómetros, dirigida por Carlos Marques-Marcel y protagonizada por Natalia Tena y David Verdaguer. Complicada en cierto modo con un elemento adicional que es que la pareja había decidido tener un hijo, y digo en cierto modo porque no me parece que sea un elemento esencial, al menos inicialmente. 


Durante los 98 minutos de duración de la película, pasamos de ser meros espectadores a identificarnos con los protagonistas. Somos, según en qué momento, él o ella; entendemos al uno, juzgamos al otro, nos enfadamos con los dos. En realidad, aplicamos lo que vemos a nuestra propia vida; a todos nos gustaría ser tan generosos y seguros de nosotros mismos como para que la distancia, física y en ciertas ocasiones emocional, no fuera un problema, pero lo cierto es que lo es. 

Tengo que reconocer que los primeros quince minutos estuve a punto de dejar de verla. Quizás sentía que no era el momento de verla; al fin y al cabo cualquier manifestación artística, ya sea cine, literatura, pintura... tiene la capacidad de conectar con nuestras más íntimas emociones, de despertar sentimientos y de remover conciencias.  Hay momentos en los que estamos preparados para ello, dispuestos a sentir la sacudida correspondiente, y hay otros en los que no. No obstante, es precisamente esa capacidad la que en mi opinión nos permite elegir entre una película u otra, un libro u otro, lo que marca nuestros favoritos y lo que debería llevarnos a ser más cautos con la calificación de lo que es arte y lo que no. Al fin y al cabo, el arte, por definición, es subjetivo; ¿quién soy yo para decir que lo que a ti te provoca incomodidad, tristeza, alegría o cualquier otra emoción, no lo es?

Una vez superado ese momento, tengo que decir que la historia me atrapó. Probablemente tiene mucho que ver el ambiente íntimo, a ratos incluso opresivo. Un argumento que en teoría parece previsible, manido y tópico, se transforma ante nuestros ojos en algo fresco, visto desde una perspectiva que no es fácil de transmitir: el interior de una pareja. La historia va creciendo en intensidad, de tal forma que por un momento, nos transformamos en los protagonistas, elegimos, quizás incluso juzgamos, y tras el desenlace final, comprendemos, perdonamos y recordamos que "esa persona podría fácilmente ser yo". 

Y nos demuestra, una vez más, que no hay buenos y malos; que todo es cuestión de profundizar y ver que no hay una forma correcta de hacer las cosas a priori; es la experiencia la que nos hace sabios, y lamentablemente, la primera vez que nos ocurre algo, carecemos de ella. Es fácil, muy fácil, situarse en un pedestal de superioridad desde nuestra (por ahora) confortable y cómoda rutina, y erigirnos en jueces, sin conocer la situación y sin tener en cuenta que quizás lo que consideramos un error garrafal es consecuencia del miedo, o que la actitud que admiramos no es otra cosa que conformismo. Lo cierto es que la vida suele tender a ponernos a cada uno en nuestro sitio, y a demostrar que, por suerte o por desgracia, todos somos humanos. 

Por eso, porque muchas veces olvidamos el esfuerzo que requiere una relación, ya sea de pareja, de amistad o de familia, porque es conveniente de vez en cuando poner a prueba nuestras más íntimas convicciones, 10.000 kilómetros es una película no sólo recomendable, sino según el momento de nuestra vida o nuestro estado emocional, puede ser incluso necesaria. Una película que puede llevar a largas conversaciones o a solitarias reflexiones, pero que en todo caso, no nos dejará indiferentes. Que es de lo que se trata; de no pasar por la vida de puntillas, de tomar decisiones, de equivocarnos y de aprender de nuestros errores. ¿Nos atrevemos?

La casa. Una novela gráfica para emocionarse.

miércoles, 24 de febrero de 2016

A estas alturas ya conocéis mi afición a la novela gráfica, un reencuentro que se produjo gracias a los amigos de Ni un día sin libro, que de nuevo trajeron a mis lecturas los "cómics" que creía relegados a la infancia. No sólo es un género que carece de edad, sino que además cuenta con auténticas joyas como la que hoy os traigo: La casa. 


El autor, Paco Roca, me fascinó en Arrugas, de la que hablaremos en otra entrada sin duda, y por ello escogí La casa en la estantería de mi librería favorita. Cuando comencé a leerlo, no pude parar. Me vi en aquella casa, sentí la nostalgia, los años transcurridos, la resignación de la vejez. 

Entré una y otra vez en aquel patio a través de los ojos de cada uno de los hijos. En todos ellos, un anhelo: recuperar a aquel que se fue, vivir de nuevo el tiempo compartido. A los padres se les adora, se les admira y llegado un momento, se les juzga con severidad; olvidamos tantos momentos en que han vivido por y para nosotros, los sacrificios, las noches en vela y las decepciones, no con nosotros, sino consigo mismos. Cuando por fin aceptamos que, al fin y al cabo, son humanos, y aprendemos a disculpar sus errores, es cuando más cerca estamos de ellos. En algunos casos, se inaugura una etapa de compañerismo, de confidencias y de recuerdos; en otros, sin tiempo ya para ello, debemos conformarnos con los recuerdos. 

Y así, a través de las páginas de La casa, paseamos por la vida de su dueño a través de sus hijos; nos emocionamos con el momento en que deben deshacerse de sus cosas, asistimos al reencuentro entre los hermanos, contenemos la respiración cuando se atreven a desear, y si...?

Y comprendemos que sí, es posible recuperar en nosotros al niño que fuimos, perdonar y comprender. Quedarnos con lo esencial, con unos recuerdos que son parte de nosotros: somos los que somos gracias a cada uno de los instantes vividos. 

En las viñetas de En la casa, somos espectadores de toda una vida. Del proceso de duelo, de lo que supone la pérdida de una referencia como es el padre. Las comparaciones, los análisis de la propia vida son inevitables; en cierto modo, termino el libro y me siento más cerca del mío, lo comprendo un poco mejor y siento que el tiempo pasa demasiado aprisa. 

Un libro para emocionarse, para aplicar a nuestra realidad; para vivirlo. Entrad en La casa, acompañad al autor a través de sus recuerdos. Y al fin, volved la mirada a aquellos que os rodean, los que siempre han estado ahí; decid te quiero siempre que podáis. Al final, lo que nos llevamos, lo que queda, es eso. 

Maridaje y momentos: Ilex "A solas"

miércoles, 17 de febrero de 2016

Hacía tiempo que quería volver a traer al blog lo que yo llamo "maridaje y momentos". La verdad es que un buen vino contribuye a crear una atmósfera de intimidad y hogar, tanto en compañía como a solas, y en general cualquiera de las recomendaciones que aquí hacemos se pueden (incluso se deben) disfrutar con una copa de nuestro vino favorito. 

El que os traigo hoy es Ilex Coupage 2014, de Bodegas Castiblanque, Campo de Criptana (Ciudad Real). Un descubrimiento perfecto para acompañar otro: las ilustraciones del libro "A solas", de Idalia Candelas. No he tenido oportunidad de conseguir el libro (aunque estoy en ello), pero sí de conocer su trabajo gracias a su instagram, y desde el primer vistazo me atrapó. 

Las ilustraciones de A solas nos cuentan la historia, cada vez más común, de mujeres que viven sin pareja. Hasta aquí, ninguna novedad, ¿verdad? Pero lo cierto es que sí es un tratamiento novedoso: la soledad como algo deseable, atractivo. Cada ilustración refleja un momento, un pequeño placer: una taza de café en la cama, un libro a solas... Y aunque no hay palabras, cada imagen destila armonía, serenidad... Una auténtica declaración de principios. 

Porque lo cierto es que tradicionalmente hemos visto la soledad como algo indeseable, un sentimiento del que huir a toda costa. Pero ¿y si resulta que no lo es, que es algo incluso necesario? No solamente una opción de vida que puede ser tan plena como cualquier otra, sino un espacio que, incluso en el caso de aquellos que han escogido vivir en pareja deben reservar y descubrir. Viendo estas ilustraciones, en ese momento que me he reservado, con una copa de vino al lado, me doy cuenta de que estoy viviendo mi propio momento a solas; pensad en ello, recopilad vuestras situaciones; elegid aquellas que os son más necesarias. Desde esa perspectiva la soledad no nos asusta, ¿verdad?

Y así, hay veces que hay que pararse, respirar y mirar adentro. Para no perderse en los papeles que nos definen en relación a los demás (madre, hija, esposa, amiga, hermana...), para desarrollar nuestro yo, para conocernos y en definitiva, lo más importante: para querernos. Sólo así podremos ofrecer a los demás nuestra mejor versión. 

Las ilustraciones de Idalia consiguen el más difícil todavía: transmitir sentimientos. Os dejo con la que he guardado en el móvil, para cuando me hace falta cierta calma: un oasis de bolsillo. Elegid el vuestro, acompañadlo de una copa de Ilex y disfrutad, hoy mismo, de una soledad enriquecedora. 





Irène

miércoles, 10 de febrero de 2016

La entrada de hoy debía haber sido la entrada de ayer, y el tema diferente, pero este fin de semana se cruzó en mi camino "Iréne", de Pierre Lemaitre, (editorial Alfaguara negra), y desde prácticamente la primera página, supe que en el momento en que lo terminara, tenía que escribir sobre él. 


Recordaréis al autor porque ya hemos hablado de otro de sus libros, "Vestido de novia", que fue el motivo de que el viernes pasado eligiera "Iréne" en la estantería de la librería. Recordé que el primero de ellos me sorprendió; una historia bien elaborada, sin cabos sueltos, que mantiene el suspense a lo largo de toda la novela y que no defrauda en el final. 

Esperaba, por tanto, algo similar a "Iréne". Me apetecía leer algo que me entretuviera, una historia bien contada, intriga y acción con un argumento poco convencional, fundamentalmente. Pero me encontré más. Mucho más. 

"Iréne" es el primer libro de la serie protagonizada por el inspector Camille Verhoeven, quien encabeza un equipo de policías que se enfrentan a una serie de crímenes no aptos para estómagos delicados. Eso, y sólo eso, es lo que quiero desvelaros del argumento, porque es uno de esos libros a los que hay que enfrentarse, más que disponerse a leer; sumergirse en él y pensar que es muy probable que su protagonista termine acompañándonos durante más tiempo del previsto. 

Y es que quiero seguir conociéndolo. Quiero saber hasta dónde Lemaitre va a llevar a su personaje, qué le permitirá hacer y qué estará vedado. Porque desde que comencé el libro, la historia me mantuvo alerta, intrigada, deseando volver a ella, pero sin duda fue Camille, con su toque de atipicidad, su perspicacia a lo Sherlock y su aparente normalidad, (que no vulgaridad), quien me condujo por todo el libro, sin permitirme apartar los ojos de él. 

Camille es más de lo que muestra. Y no creo que la intención del autor sea que lo conozcamos en este libro; hay más, mucho más, oculto tras su fachada de hombrecillo acostumbrado a las miradas de asombro. Y no me refiero a los momentos en que se muestra al hombre, (fundamentalmente a través de su relación con Irène, su mujer), y no al policía. Hay algo en él, una furia que se adivina contenida a lo largo de su existencia, que quizás tiene que ver con su físico y con un pasado que tampoco se nos revela en este primer libro. Laemaitre nos permite asomarnos por una rendija e intuir que, en algún momento, su realidad se romperá. Y nos situamos como espectadores de lo que está por venir, queriendo a la vez ver que sucede, y evitarlo. 

Lo acompañan un elenco de personajes que se definen en relación con él; lo complementan, sirven a sus propósitos incluso aun cuando es él quien termina por hacer de ellos lo que son. Como antagonista, un personaje perverso, sí, pero no sólo eso; sus acciones son inexplicables para una mente sana, ¿o quizás no? ¿Terminaremos considerándolo solo un enfermo, o hay algo más? 

Por si todo esto no bastara, a lo largo del libro hay numerosas referencias a la novela negra, con una lista de clásicos que puede dar origen a un debate que sólo se apunta en el libro, pero que sin duda existe. De momento, me quedo con las referencias de Lemaitre a otras obras, y con la posibilidad de una interesante conversación/discusión con aquellos de los que me rodean que lean el libro (¿no sería increíble poder tenerla con el autor?) acerca de la elección de las obras. Estoy segura de que alguno de los que me leéis está frotándose las manos ante la perspectiva. 

En definitiva, un libro que convierte al lector en espectador, y a la vez le otorga un papel protagonista; el de conocer, descubrir y quién sabe si identificarse con Camille, prolongando su misión más allá de la última página. Así, mi recomendación de hoy es que comencéis a conocerlo; estoy segura de que como en mi caso, vuestro próximo destino será el siguiente libro de la serie: "Álex". 


Un momento de película: Fargo

lunes, 1 de febrero de 2016

Hoy os traigo una película que cualquier persona que se considere aficionado al cine, debería haber visto. No era mi caso; durante mucho tiempo cada minuto libre lo pasaba con un libro en las manos, quizás porque era lo que necesitaba en ese momento. Ahora, sin embargo, hay momentos que no puede llenar un libro, o que merecen ser compartidos, y vuelvo la mirada al cine. 

De manera que hoy viajamos a la América profunda. Extensiones de nieve hasta donde la vista alcanza; todo es frío, una sensación que llega al espectador en forma de desolación. Una calma aparente que sin embargo no produce tranquilidad, sino un desasosiego que al principio, parece inexplicable. 


La introducción, tramposa, trata de preparar a quienes asistimos a esta manipulación de los Cohen, de situarnos en el lugar que ellos han diseñado para nosotros. Por supuesto, caemos en sus redes, y nos preparamos para lo peor. Comienza el espectáculo. 

Creo que no despegué en ningún momento la vista de la pantalla. No pude. Comenzó atrapándome el personaje de Jerry (William H. Macy), con su mezcla de nerviosismo, falta de escrúpulos, avaricia y modales. En algún momento, empiezo a verle el lado cómico, pensando que en realidad no debería parecerme cómico; la historia es trágica, ¿no? En ese momento, cuando las dudas comienzan a abrirse paso en mi mente, entran en escena Carl (Steve Buscemi) y Gaear (Peter Stormare), los matones contratados por Jerry para secuestrar a su mujer y estafar a su suegro.  Empiezo sintiendo una sensación cercana al miedo; seguramente está a punto de producirse un violento estallido, quizás del más callado, el de la mirada vacía... El estallido no se produce y la situación empieza a parecerme cómica, pero en realidad... 

Es entonces cuando comprendo que están jugando conmigo. Que nada es lo que parece y que los Cohen van a sorprenderme, a fascinarme y a entretenerme. Y así, desde este nuevo enfoque, me enfrento a LA ACTUACIÓN, así, en mayúsculas, de Frances McDormand; por una vez, me quedo sin palabras. La policía embarazada, que va tambaleándose por cada escena del crimen dejándonos momentos como aquel en el que se dobla para evitar las náuseas matinales al lado del coche en el que hay un cadáver. No puedo evitar reír cada vez que aparece en pantalla. 

Y así, vamos yendo de un extremo al otro; imágenes fuertes, sangrientas, dan paso al absurdo. Como trasfondo, una reflexión: lo que puede esconder la aparente rutina, una vida plana, casi aburrida, que sin embargo es la punta del iceberg. Una persona anodina, un lugar  donde nunca pasa nada, han sido el origen de un auténtico torbellino de horrores; los Cohen han creado una historia que parte de la nada, nos lleva por un camino que es un espejismo; cambiamos de senda, pensando que los hemos descubierto, para al final percatarnos de que el mensaje es otro. ¿O no hay mensaje?

Mi recomendación: olvidad todo lo que he dicho aquí. Al menos hasta que la hayáis visto. No os dejéis influir por ninguna opinión previa, y no os dejéis guiar. Ni siquiera por los Cohen. Una vez que la veáis, entonces sí; compartidla: una charla con amigos en la que seguro cada uno, ante la misma ficción, imaginó otra realidad. Descubrid Fargo. 

De nuevo Gaiman: Neverwhere

martes, 26 de enero de 2016

Cierro el libro, y miro a mi alrededor, desorientada. Casi diría que decepcionada. Me he pasado unas cuantas horas en Londres de abajo, escéptica y arrugando la nariz al principio para terminar deseando más. Es Neverwhere, de Neil Gaiman, un libro, un universo paralelo; un mundo ¿inventado? que convive con nosotros. 

Aunque a Gaiman ya lo conocía (¿recordáis Stardust?), descubrí este libro gracias a una lista de "las diez lecturas que fascinarán a lectores adultos de Harry Potter" (aunque si me hubiera molestado en preguntarle a los amigos de Ni un día sin libro no hubiese necesitado lista), y lo cierto es que, salvando las distancias, entiendo la inclusión de Neverwhere en esa lista. La versión que yo he leído es una combinación de varias, puesto que Gaiman escribió la novela a partir de lo que originariamente fue una serie para la BBC. Refundiendo varias versiones, la publicación que yo he disfrutado es una edición para lectores en español, que combina y rescata detalles de otras, e incluye alguna sorpresa en forma de relato que no sólo es un añadido, sino que adquiere un papel protagonista. 


Una vez situados, os invito a compartir conmigo las sensaciones de un mundo distinto. En este punto, confieso que he escrito y borrado los calificativos de "mágico" e "irreal". Porque aunque es un mundo mágico entendido en el sentido de que las leyes de la física no son totalmente aplicables, y hay personajes que poseen dones extraordinarios, en modo alguno debemos imaginar magia altruista, bondadosa, brillante; nos sumergimos en un mundo oscuro, donde cada paso debe ser medido y calculado si se desea conservar la vida. ¿Irreal? Por supuesto. O no. Neverwhere enciende esa lucecita al fondo de nuestra mente, ese ¿por qué no? Al fin y al cabo, es cierto que en nuestra realidad, estamos tan ajenos a lo que no seamos nosotros mismos, que ni siquiera vemos a los que tenemos al lado. ¿Sería tan extraño descubrir que hay algo más en lo que hasta ahora ni siquiera hemos reparado?

Os he hablado de oscuridad, de suciedad incluso, de pasajes subterráneos, de seres adaptados a esa realidad. Eternos conviviendo con efímeros, una amalgama de personajes extraordinaria que sin embargo, de algún modo, encajan. Y sin embargo, no he tenido en ningún momento sensación de rechazo, de miedo, ni siquiera con los personajes más extremos. El universo creado está tan brillantemente imaginado, que no puedes por menos que maravillarte ante él,  sumergirte de lleno y apreciar a unos personajes llenos de vida y  muerte, de temor y coraje. Contradicciones andantes que te atrapan en su viaje, hasta el punto de que llegas a olvidarte de que en realidad, tú no estás allí. 

Termina la historia y me sabe a poco. Quiero conocer más a todos los personajes, y el autor, nos regala un poquito de uno de ellos; un relato que en mi opinión muestra una evolución en el escritor que ya no es promesa, sino garantía de la más pura creatividad, ficción en mayúsculas. Si disfruté con la novela, el ahondar en uno de los personajes, leer su historia por separado, supuso un regalo, una sorpresa inesperada; realmente merece la pena leer esta edición.  

Mi recomendación hoy es que leáis Neverwhere, pero despojándoos de cualquier sensación de realidad, abriendo la mente por completo y preparándoos para olvidar dónde estáis. Después de todo, la realidad es distinta para cada uno de nosotros, así que ¿cómo podemos cerrar puertas a cualquier posibilidad? Quizás la respuesta es leer a Gaiman. 



Un momento de película: La huella

lunes, 18 de enero de 2016

Mi agenda Blackie Books, recomendada por los chicos de Ni un día sin libro, está siendo una fuente de inspiración, de risas y de grandes momentos. De momento os diré sólo que cada domingo recomienda una película, y que busco esa recomendación cada semana, intentando vencer la tentación de mirar la siguiente (aunque en tres semanas que llevamos sólo lo conseguí la primera). Más adelante es posible que os hable detenidamente de ella; por el momento si sentís curiosidad podéis conocer la visión de Ni un día sin libro pinchando aquí

Pues bien, siguiendo esa recomendación, hoy os traigo una película de 1972, La huella. Dirigida por Joseph L Mankiewicz, y como protagonistas absolutos Laurence Olivier y Michael Caine. A primera vista podría decirse que es un duelo interpretativo entre dos grandes, y quedándonos en ese nivel sin duda disfrutaríamos de dos magníficas interpretaciones. Pero la riqueza aquí está en lo oculto, los matices; en cómo durante toda la película no podemos apenas despegar la vista ya no de la pantalla, sino de la mirada de cada uno de los actores, en un estado semi hipnótico inducido por una conexión que casi casi se puede tocar. 

El guión juega con nosotros. Nos maneja a su antojo, sirviéndose como instrumento de dos tramposos, que nos hacen creer que luchan y se enfrentan entre ellos, cuando en realidad los engañados y vencidos somos los espectadores. Quién miente, quién dice la verdad; quién es "bueno o malo"... Conforme avanza la película, tales cuestiones, que nos generaban al principio simplemente curiosidad, se convierten en una necesidad; la atmósfera, la música, el escenario sofocante en que transcurren los hechos, nos ahogan, amenazan con poblar nuestras pesadillas. Sin desvelar nada, destacar los diversos planos a los objetos de colección del escritor: estoy segura de que todos los reconocemos, de que han formado parte de nuestros peores sueños en algún momento.

Como trasfondo,  una crítica a la aristocracia más rancia; una burla a un planteamiento que se presenta como trasnochado y ridículo. Todo ello logra, a pesar del ambiente opresivo, que en alguna ocasión esbocemos una sonrisa; a medias, eso sí, dado que el sentimiento de decadencia, de una cierta compasión, prevalece sobre la crítica en sí. Creo que conscientemente. 

En definitiva, algo más de dos horas de juego psicológico con el espectador, que de repente, hacia el final, se yergue en su asiento al percatarse de que en realidad el que está jugando, o mejor dicho con quien se está jugando, es con él.  

Queda pendiente la versión de 2007 de Kenneth Branagh, con Michael Caine también, pero en el papel que en la versión de 1972 hacía Laurence Olivier. Enfrente, Jude Law; no me digáis que no es apetecible. No sólo podremos ver cómo ha madurado interpretativamente Caine, sino que además constituye un auténtico reto el abordar el personaje antagonista. 

Mi recomendación hoy es que busquéis el tiempo que necesita esta película. No sólo se trata de verla, sino de sumergirse plenamente en su atmósfera, de participar activamente en el juego, de desconectar de nuestra realidad y formar parte del cruce de miradas y de palabras. Solamente el contemplar la actuación de Caine y Olivier ya es un espectáculo en sí, pero hay más, mucho más. Descubridlo. 

Un momento para el reencuentro: Gellida

martes, 12 de enero de 2016

Al fin de vuelta. Tras una pausa, necesaria y autoimpuesta, vuelvo a escribir, a compartir momentos y experiencias. Las sensaciones son contradictorias: escribo porque ya no puedo dejar de hacerlo, porque lo que vivo lo imagino en palabras; al mismo tiempo, lo que siento pugna por aparecer aquí también, y en cierto modo impregna cada entrada. No logro decidir si eso es bueno o malo. 

Y qué mejor forma de comenzar esta etapa que traeros a la persona que ocupó la primera entrada del blog (y alguna más). Gellida, esta vez en un formato diferente: la música.  O quizás no tan diferente: en realidad la trilogía "Versos, canciones y trocitos de carne" (el primero de los libros, Memento Mori, podéis recordarlo aquí), es novela, sí, pero también es música, y poesía. Y miedo, angustia, oscuridad y sombras. Y lucha con demonios, los de fuera y los de dentro, y al final, el final... En realidad era casi casi una obligación de Gellida el ofrecernos la banda sonora de sus libros. 


Y así, en un recorrido por la mente de los personajes, los escenarios y la ambientación de las novelas, nos encontramos con una colección de momentos: si habéis leído los libros, os transportarán de inmediato a aquellos pasajes que os impactaron. La sensación es fuerte, directa, imágenes y pensamientos se mezclan con música y versos. Un abanico de posibilidades, un viaje a la parte oscura que habita en nosotros; en todos, sin excepción. La diferencia está en los muros que construimos, los límites en los cuales encorsetamos y encerramos al monstruo; nos salva la capacidad de empatía, la compasión y esa luz que es la otra cara de la oscuridad. 

Iván Ferreiro, interpretando a la perfección el "estilo Gellida", compone las tres canciones que llevan el título de los libros: Dies Irae fue la primera canción que escuché. Interpretada por Bunbury y Santi Balmes, ¿se puede pedir más? Lo cierto es que imaginé de inmediato a Augusto Ledesma escuchándola, repitiendo la letra en su mente. Si tuviera que elegir una sola canción, me quedaría con esta: a todo volumen, una y otra vez, dando por un momento rienda suelta a esa parte que normalmente mantenemos en silencio. 

Estadio Azteca, Calamaro en estado puro, Héroes del Silencio en la Sirena Varada, Vetusta Morla. Nacho Vegas rotundo, inmenso, en un Bravo lleno de rencor. Vivo de nuevo las emociones del libro: una oscuridad que me envuelve, que despierta sensaciones que duermen. Repulsión y atracción a partes iguales; en un cúmulo de experiencias que crecen, se expanden, y rompen en "O Fortuna". Este es uno de los recorridos; hay muchos más, según el momento, según la necesidad de oscuridad o de luz.

No he hablado de los versos.  No he querido escucharlos; quiero olvidar lo que he leído, y entonces volver a leer, esta vez con la voz de Gellida. Quiero confirmar lo que sospeché cuando leí los libros: que hay más del autor en Augusto Ledesma de lo que él mismo ha pretendido. Me gustan los personajes en los que al autor se le escapa algo de sí mismo, más allá de lo que conscientemente deja entrever; al final, es la ficción la que se hace con el control. De nuevo imagino ese instante con música, en una lectura totalmente retorcida para mis propósitos del "Y al final" de Bunbury. 

Ya adivináis mi recomendación de hoy, que casi casi es una imposición: tenéis que escuchar "Versos, canciones y trocitos de carne". Encontrad vuestro recorrido para rememorar la trilogía, elegid una y otra vez. Recorred vuestra parte oscura, dejadla salir: luz y oscuridad son dos caras de la misma moneda, y tienen su razón de ser la una en la otra. Somos ambas cosas; la vida lo es.