Viajando en el tiempo: momentos y música

martes, 30 de junio de 2015

Hay música que emociona, música que nos alegra, música que incluso, nos hace llorar. Si nos paramos a pensarlo, qué grande es el poder que puede llegar a ejercer en nosotros, ¿verdad? Haced una prueba: poned el fragmento que más os aterrorice de una película de miedo, y quitadle la música; comprobaréis que no causa ni la mitad del efecto que os producía.

Pues bien, desde esta perspectiva, hoy vamos a repasar música que, de forma inmediata, sólo con oír los primeros acordes, nos traslada de inmediato a otro lugar de nuestra memoria. Como una máquina del tiempo, nos vemos con diez, quince, veinte años, en el preciso instante en que escuchábamos esa canción, que de algún modo se ha convertido en una parte de nuestra banda sonora. 

Por supuesto la lista es inmensa, casi tan larga como la cantidad de momentos vividos, así que en estas líneas es imposible recogerlas todas. Las que hoy os traigo son sólo un ejemplo; los que como yo, nacisteis en los años 70, seguro que compartís muchas de ellas. No son exactamente mis preferidas; alguna ni siquiera me gusta escucharla, porque va asociada a un momento que es doloroso recordar, pero todas las que hay aquí suponen un pasaje inmediato a mis recuerdos.

Sabor de amor, Danza invisible en una canción que fue un referente, y que me traslada a las primeras veces que salí con amigas. Mil calles llevan hacia ti, cantaba la Guardia, en el autobús que nos llevaba de excursión a Oporto, con 14 años, junto con Cartas en el cajón. 

La Unión, mucho tiempo, muchos recuerdos. Conciertos, personas, y una parte de mi que conservo, que he ido llevando conmigo y que he compartido con la gente más importante de mi vida. De aquí, Vivir al Este del Edén y Sildavia han crecido conmigo; esta última, de forma muy especial.

Cómplices, con su Es por ti, en el campamento de Silleda. En aquel momento, la oímos hasta aborrecerla; sin embargo ahora me gusta escucharla, me produce ternura y añoranza.

De Sabina, todas. Y sin embargo, mi preferida; no obstante no puedo escucharla, me produce muchísima tristeza, aunque como está asociada a un recuerdo precioso, siempre estará ahí.

Police, Every breath you take, una fiesta en un local en Santiago, y un rato de risas porque un compañero que no sabía nada de inglés la cantó enterita, fonéticamente perfecta aunque sin tener ni idea de lo que decía.

Hoy, me quedo con esa época. Faltan muchas, por descuido o a conciencia, pero al final este ejercicio me sirve para descubrir lo importante que es la música en mi vida. Hoy, nostalgia, añoranza y un sentimiento de que ha pasado mucho tiempo; y por hoy basta con eso. 

Mi recomendación, como ya intuís, es que hagáis el mismo ejercicio. Pensad en canciones que van unidas indisolublemente a momentos de vuestra vida, de forma que en cuanto las escucháis os arrojan bruscamente a ellos, os ponen en contacto con esa parte de vosotros que a veces ya ni recordáis. 

Os dejo con una de mis canciones de hoy, de ayer y de siempre. El momento: con una queridísima amiga una noche de esas interminables en la que me descubrió esta canción. 


Veo tu casa desde mi balcón
chimeneas y tu ropa al sol
aviones plateados rozando los tejados
vestido y en la cama vigilo tu ventana
Miro libros de pintura que robé
no tengo hambre hoy no comeré
no se de que me quejo 
ya tengo lo que quiero
soy libre ante el espejo
no salgo ahora que puedo
Y tu siempre dices que soy 
un alma del averno
tendré que darte la razón
quizá sea cierto
Siempre suelo querer lo que no tengo
y ahora que ya no estas aquí 
me voy consumiendo
Ropa sucia, cuadros que he pintao
discos viejos, to por ahí tirao
mas vale 15 días
no me levantaría 
desorden en campaña
ahora se que me engaña 
Credenciales de posesión 
que tontería
estos celos me han abrazao
no sé que me creía
Y yo que decía por fin
ahora la tengo 
y ya estaba de vuelta de to
a ver si aprendo 
Y tu carta me confundió 
ahora lo entiendo
tu mirada me lo advirtió
tu "jamas vuelvo"...

  

Un momento para Draper

martes, 23 de junio de 2015

No sabía si escribir sobre la serie que os traigo hoy. Porque se han dicho prácticamente todo y porque en cierto modo es increíble que no la haya visto hasta ahora. No ha sido por falta de ganas; desde que la emitieron sabía que me iba a gustar, sino falta de tiempo, unido al hecho de que me encanta ver una serie del tirón, sin tener que quedarme con el gusanillo de qué vendrá después. Tampoco es usual que sólo tras la primera temporada ya necesite escribir sobre ella. Y sin embargo, nada más terminar de verla comprendo que tengo que hacerlo así. 

De esta forma, hoy compartimos la primera temporada de Mad Men. Como os decía, es difícil decir algo nuevo de esta serie, pero ya sabéis que aquí se trata de ofreceros mi particular visión: por qué Mad Men se ha ganado un lugar preferente en mis momentos del día. Hasta el punto de que ya la sintonía inicial me sitúa en el Nueva York de los 60, que ya no me hace pensar inmediatamente en Kennedy, sino que me transporta al universo de Don Draper.

Pocas veces he tenido tanta preferencia por un personaje en una serie con actuaciones brillantes y memorables, con multitud de personajes con entidad propia e historias propias. Y sin embargo, siento que todos ellos están al servicio de Draper. Cada escenario, magníficamente diseñado para situarnos en la acción en lugar de sentirnos meros espectadores, luce engalanado para Don Draper. Porque Mad Men es, en gran medida, el conjunto de lugares donde se desarrolla la acción; la sensación de estar allí es lo que en primer lugar me atrapó.

Y así, me introduje de lleno en el frenético mundo de la publicidad, en una época en la que las mujeres poco a poco iban tratando de hacerse un hueco en aquellos espacios reservados a los hombres. De la mano de un personaje fascinante, con toda una serie de facetas ocultas, o más bien disimuladas a duras penas: Peggy. A través de su mirada descubrimos una sociedad profundamente machista, pero en la que ya se deja entrever un cambio que sin duda se debe a mujeres como ella. En apariencia frágil, tímida y complaciente; ya en la primera temporada se advierte que hay más, mucho más.

Mujeres como Betty, la mujer de Don, profundamente insatisfecha aunque sin ser muy consciente de por qué. El ama de casa de los suburbios, que no se conforma con el papel que le ha sido asignado, desconcertada porque la vida a la que siempre aspiró ha resultado ser un cúmulo de tópicos y lugares comunes que en modo alguno quiere visitar. 

Mujeres como Joan, la jefa de secretarias de Sterling Cooper, que, pese a creerse profundamente liberadas y fuertes, en realidad contribuyen a engrasar la maquinaria de una sociedad machista que las considera poco más que objetos. 

Es curioso, ¿verdad? Mi visión de una serie centrada en un hombre, en un universo de hombres, se explica a través de las mujeres. Quizás porque el propio protagonista lo siente así. Aún me queda mucho por descubrir en Don Draper, pero ya intuyo una fortaleza que no es tal, una personalidad más que dependiente y una relación con las mujeres que esconde mucho más de lo que a simple vista parece ser el fruto de su tiempo. 

Estoy deseando descubrir más, y presiento que, tal y como me ha ocurrido con la primera temporada, me entusiasmará tanto como para compartirlo aquí, en el rincón que reservo para las cosas que llenan mis momentos. Mi recomendación hoy: si no habéis visto la serie, tenéis que hacerlo. Sumergíos de lleno en su ambiente, coged de la mano a Don Draper y descubrid su mundo con él. Para los que ya lo conozcáis, intentad ver de nuevo la primera temporada disfrutando de los detalles; es una serie que admite, incluso aconseja, una segunda visión: el personaje de Don nos absorbe de tal forma que es posible que descuidemos el escenario en el que se mueve, que es digno de ser admirado detenidamente.

Os dejo con una frase que os transportará de un golpe al mundo de la publicidad, a la sociedad de los años 60 y a la personalidad del protagonista de la serie, Don Draper: "Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias".




De dioses y hombres: un momento para los mitos.

martes, 16 de junio de 2015

Hoy os traigo un libro para leer poco a poco, para estudiar y aprender, para creer en leyendas, cuentos y en su origen: los mitos. Desde siempre me ha fascinado la mitología clásica, griega y romana, porque nos presenta a dioses muy próximos, que descienden a la tierra y que interactúan con los humanos. Dioses poderosos, con debilidades humanas, y con historias bellamente entretejidas que podrían llenar horas y horas de nuestros momentos.

No obstante, no es fácil encontrar un libro de mitología que sea claro, que contenga esquemas y que nos permita seguir, dentro de lo posible, una línea dentro del caos y la telaraña de historias entretejidas y entrelazadas de modo que es posible saltar de una a otra y perderse en el camino. Por eso, el abrir un libro y encontrarme con imágenes como esta, me produce una sensación de claridad que me atrapa (me encantan los esquemas. Y las listas.)


Claro está, inmediatamente compré Mitología, de la editorial RBA. Y puedo deciros que ocupa un lugar preferente en mi salón; lo hojeo tan a menudo que ni siquiera ha ido a parar aún a la librería. 

Bellísimas ilustraciones, en un compendio de "todos los mitos del mundo", puesto que junto a lo que tradicionalmente entendemos como Mitología en Occidente, descubrimos Mitología de Egipto y África, de Oriente Medio y Asia, de Oceanía y de América. Conforme voy avanzando en el libro voy sorprendiéndome, aprendiendo, reinventando lo conocido y descubriendo lo desconocido. Voy de un mito a otro, de un continente a otro, moviéndome entre universos culturales tan diferentes, y sin embargo, en el fondo, tan similares.

Estoy disfrutando. Se nota, ¿verdad? Voy poco a poco, y lo busco en esos días en que mi mente está más despierta, más receptiva. Lo simultaneo con otros libros, y acudo a este en cualquier momento del día. Sí, en cualquier momento, ¿hay algo más en sintonía con nuestro blog?

Mi recomendación hoy, por supuesto, es este libro; pero en cualquier caso, ¿por qué no dedicáis un instante cuando terminéis de leer la entrada de hoy a buscar algo sobre mitología y leerlo? Algo no demasiado extenso, que os deje con ganas de más; dioses poderosos y hombres sometidos a sus designios; animales míticos; el origen del mundo; demonios, monstruos y bellas doncellas; sirenas, caballeros, bestias que no llegamos a imaginar...

Por mi parte, hoy me adentro en la mitología artúrica. Merlín, Morgana, Ginebra, Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. ¿Alguien se apunta?   

Un momento para la magia

martes, 9 de junio de 2015

Hoy, un universo. De imaginación, de magia, de literatura, de cine. Hoy dejamos el mundo muggle y nos sumergimos en el mundo mágico creado por JK Rowling: Harry Potter.

Un universo al que los adultos en ocasiones nos hemos aproximado con cautela, por aquello de que la magia es algo de niños; pues bien, esta saga nos ha demostrado que no lo es. Llegué al primer libro casi por casualidad, atraída por el ruido que estaba generando, y una vez leí el primer capítulo, me vi envuelta en su mundo, atrapada voluntariamente y para siempre. De hecho, los he ido leyendo en inglés por no esperar a su lanzamiento en castellano. 

Y diréis, ¿qué hay de diferente en estos libros para que le dediquemos algunos de nuestros preciados momentos? Pues todo. Sencillamente, son el lugar perfecto al que escapar, donde refugiarte y evadirte. Es abrir sus páginas y verte allí, paseando por las calles de Diagon Alley, mirando con curiosidad los escaparates con mil objetos inverosímiles, maravillarte ante la magnificencia de Gringots, el banco de los magos... Y después, subir al expreso a Howards en King's Cross, en el andén 9 y 3/4, y en un viaje atravesando montañas, ríos y kilómetros de verde, llegar a Howards. Sin duda, el lugar mágico por excelencia. 

Es tan difícil que un libro fantástico te haga recrear el mundo descrito en él de esta forma... Quizás uno de los aciertos es el hacer convivir el mundo real, el nuestro (los "muggles") con el mundo mágico. Nosotros, con nuestro frenético ritmo de vida, nuestra obsesión por las apariencias y el qué dirán, tan ocupados que no advertimos las señales de la existencia de la magia. ¡No me digáis que no es posible!

No todo es ambientación, aunque si os digo la verdad, en mi caso es lo que me maravilló de los libros. Además, una historia que va in crescendo, que nos deja en cada final con ganas de mucho más; que nos ha mantenido en vilo a lo largo de siete libros, hasta llegar a un final que puedo decir que es de los mejores finales (si no el mejor) para una saga que he leído nunca. Mantener la atención, la expectación, durante nada menos que siete libros... ¿No creéis que al menos merece una oportunidad?

Y por supuesto, los personajes. No sólo los tres protagonistas, sino todos y cada uno de los que aparecen en los libros: perfectamente imaginables, deliciosamente complejos y que despiertan en nosotros emociones dispares; hay buenos y malos, por supuesto, pero con grises, con recovecos sorprendentes. Una lucha entre el bien y el mal abordada desde una perspectiva realista: la de que no todo es lo que parece, y que hay que profundizar en las personas antes de juzgarlas. 

Habréis observado que no me he refiero a las películas; es porque creo que merecen una entrada diferente en mi blog. Y porque mi recomendación hoy es precisamente la de empezar por el principio, por el origen de todo: Harry Potter y la piedra filosofal. Dejad a un lado ideas preconcebidas de literatura para niños: estos libros son universales, tan solo hace falta una mente abierta, receptiva y dispuesta a dejar volar la imaginación. Yo, por mi parte, voy a releerlo: necesito mi dosis de magia y de escape. 

Os dejo con una frase de Dumbledore, un personaje que en sí mismo (como la mayoría de los creados por JK Rowling) daría para escribir otro libro: "Las palabras son nuestra fuente más inagotable de magia, capaces tanto de infligir heridas como de sanarlas"