Hoy, un retrato insuperable del Madrid de los años 40. Hoy, un escritor que sencillamente, deleita. Si abrir un buen libro es sumergirse en un mundo, una historia o un universo, abrir un libro de este autor es verse inmediatamente transportado a donde él nos conduce. Casi diría que bruscamente; incluso a veces, dolorosamente.
Un libro que es un referente por la forma de contar, de describir, de dibujar un retablo de personajes; no hay protagonistas, sino pinceladas de vidas, que a veces se cruzan y que en otras ocasiones transcurren paralelas: se requiere una lectura atenta, recreándose en los detalles, que son la esencia del libro.
Si lo pensamos bien, es de lo que venimos hablando aquí cada día que nos encontramos: la vida no es sino una colección de momentos. Y eso es este libro, una suma de momentos, que forman una suma de vidas, que componen un escenario en el que asistimos, sin poder apartar la vista, a la fotografía de una sociedad en una época difícil, llena de miserias. El autor no nos ahorra ninguna de ellas; al contrario, dibuja unos personajes que viven, las más de las veces, muy a su pesar.
Y sin embargo viven. Y levantan la cabeza. Y se crecen en las dificultades. Historias corrientes, cotidianas, junto a auténticos dramas que sin embargo terminan por parecernos corrientes también.
Y sobre todo, un maestro de la literatura. No creo que haya una novela que logre transmitir de este modo las miserias, alegrías y penas de una sociedad, de una época. Una novela que es puro cine: casi nos parece estar allí sentados, casi vemos a los personajes, percibimos las calles, las casas, el café de turno.
Y sí, hoy toca averiguar de qué libro estoy hablando. Y una vez que lo averigüéis, releedlo. En un libro así, siempre hay cosas nuevas, o más bien, cosas que ya estaban pero que vemos, después de un tiempo, con otros ojos. Os dejo con uno de mis párrafos favoritos, que sin duda os va a dar la pista definitiva del libro que traigo hoy, y que demuestra, en unas pocas líneas, que su autor es un grande de nuestra literatura.
"La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones.
La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena...
¡Que Dios nos coja confesados!"