En lo alto de la torre: más que una fábula

martes, 8 de marzo de 2016

Hoy os traigo un libro atípico, de una editorial para mí desconocida hasta ahora: En lo alto de la torre, de Ardicia ediciones, que he descubierto, cómo no, gracias a mi blog de cabecera, Ni un día sin libro. Ellos también lo han reseñado, y os recomiendo leer su entrada; si no lo habéis leído, tendréis dos perspectivas, y si ya lo habéis hecho descubriréis puntos en común con alguno de nosotros, o todo lo contrario, no estaréis de acuerdo con ninguno. En todo caso, una parte importante del atractivo de un libro es compartir opiniones, ¿no creéis?

Primero, algo de lo que no suelo hablar, porque en realidad es difícil que me llame la atención, es el "aspecto físico" del libro. En este caso no me queda más remedio, porque lo cierto es que las ediciones de Ardicia son tan atractivas que reclaman tu atención desde la estantería. Ya me ocurrió con otro de sus libros, En la niebla, cuya cubierta me atrajo poderosamente. En el caso de En lo alto de la torre, he llegado incluso a volver a la portada durante la lectura del libro, para simplemente contemplar la ilustración y volver a reanudar la lectura.


En cuanto a la historia, aparentemente la línea argumental es sencilla: Narcisse Gurdebeke, vigilante de la torre del pueblecito de Flyssemugue poco a poco y ante la dificultad de subir y bajar los cuatrocientos veinticinco escalones de su nueva residencia, acaba por construirse un auténtico vergel en la propia torre. En la contraportada del libro nos hablan de una fábula con tintes ecologistas (algo sin duda avanzado para la época en la que se escribió), y lo cierto es que algo de eso hay. No obstante, a mí me transmitió no sólo mucho más que eso, sino mucho más de lo que esperaba, hasta el punto de que tiene un hueco en la estantería de mis libros favoritos.

Porque aparecen en este libro algunos de los grandes demonios con los que se enfrenta el ser humano al vivir en sociedad. Por un lado, la envidia, encarnada aquí en el escribano, que antes de que llegue a perjudicarle, lo rechaza de plano: cómo va a disfrutar de comodidades adicionales el vigilante de la torre (si yo no las tengo). Por otro lado, la mentalidad estrecha y el miedo al cambio; así, las gentes de Flyssemugue, que sin tratar siquiera de entender qué está ocurriendo, lo juzgan y condenan simplemente por ser diferente a lo conocido. Aunque sea mejor; al final es necesaria una demostración fehaciente que venza el habitual "si no lo veo no lo creo".

Y en cuanto a nuestro héroe, lo cierto es algo más: también es villano. Porque al final tantos desvelos son consecuencia de la pereza (comprensible desde luego) de subir y bajar los escalones, y porque aunque intuye (y luego comprueba) que puede perjudicar a sus semejantes (así, le impide en ocasiones desarrollar sus deberes de forma eficaz, e incluso causa destrozos en la torre cuyo cuidado es su principal trabajo), egoístamente sigue adelante sin calcular si es posible poner los medios para que no causar ningún daño.

Finalmente todo se acaba resolviendo gracias a un hecho absolutamente fortuito, que todo el mundo celebra sin pensar en que los problemas que en su día ocasionó la transformación de la torre siguen sin ser abordados. Pero aquí, como en Fuenteovejuna, todos a una, ya sea para condenar o para aplaudir; ¿veis la crítica que encierra una historia  aparentemente tan simple?

Lo cierto es que En lo alto de la torre es un libro que puede dar lugar a muy diversas interpretaciones; y precisamente ahí radica su originalidad y su valor. Os recomiendo su lectura (el libro es breve, por lo que no tardaréis demasiado) de forma casi casi conjunta, de tal modo que podáis discutir sobre lo que ha querido transmitir el autor, sobre lo que os provoca. Por mi parte, una vez leído y reseñado, espero a que Juanjo y Virginia lean esta entrada. ¡Hagan juego señores!


1 comentario:

  1. Jaja, ¡me has hecho reír con ese final!Pues efectivamente, hemos encontrado cosas distintas en el libro aunque leyendo tu reseña también me identifico con tu punto de vista. La torre de Flyssemugue no deja de ser una pequeña torre de Babel, ¿verdad?
    Un abrazo.

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