Un momento de película: La huella

lunes, 18 de enero de 2016

Mi agenda Blackie Books, recomendada por los chicos de Ni un día sin libro, está siendo una fuente de inspiración, de risas y de grandes momentos. De momento os diré sólo que cada domingo recomienda una película, y que busco esa recomendación cada semana, intentando vencer la tentación de mirar la siguiente (aunque en tres semanas que llevamos sólo lo conseguí la primera). Más adelante es posible que os hable detenidamente de ella; por el momento si sentís curiosidad podéis conocer la visión de Ni un día sin libro pinchando aquí

Pues bien, siguiendo esa recomendación, hoy os traigo una película de 1972, La huella. Dirigida por Joseph L Mankiewicz, y como protagonistas absolutos Laurence Olivier y Michael Caine. A primera vista podría decirse que es un duelo interpretativo entre dos grandes, y quedándonos en ese nivel sin duda disfrutaríamos de dos magníficas interpretaciones. Pero la riqueza aquí está en lo oculto, los matices; en cómo durante toda la película no podemos apenas despegar la vista ya no de la pantalla, sino de la mirada de cada uno de los actores, en un estado semi hipnótico inducido por una conexión que casi casi se puede tocar. 

El guión juega con nosotros. Nos maneja a su antojo, sirviéndose como instrumento de dos tramposos, que nos hacen creer que luchan y se enfrentan entre ellos, cuando en realidad los engañados y vencidos somos los espectadores. Quién miente, quién dice la verdad; quién es "bueno o malo"... Conforme avanza la película, tales cuestiones, que nos generaban al principio simplemente curiosidad, se convierten en una necesidad; la atmósfera, la música, el escenario sofocante en que transcurren los hechos, nos ahogan, amenazan con poblar nuestras pesadillas. Sin desvelar nada, destacar los diversos planos a los objetos de colección del escritor: estoy segura de que todos los reconocemos, de que han formado parte de nuestros peores sueños en algún momento.

Como trasfondo,  una crítica a la aristocracia más rancia; una burla a un planteamiento que se presenta como trasnochado y ridículo. Todo ello logra, a pesar del ambiente opresivo, que en alguna ocasión esbocemos una sonrisa; a medias, eso sí, dado que el sentimiento de decadencia, de una cierta compasión, prevalece sobre la crítica en sí. Creo que conscientemente. 

En definitiva, algo más de dos horas de juego psicológico con el espectador, que de repente, hacia el final, se yergue en su asiento al percatarse de que en realidad el que está jugando, o mejor dicho con quien se está jugando, es con él.  

Queda pendiente la versión de 2007 de Kenneth Branagh, con Michael Caine también, pero en el papel que en la versión de 1972 hacía Laurence Olivier. Enfrente, Jude Law; no me digáis que no es apetecible. No sólo podremos ver cómo ha madurado interpretativamente Caine, sino que además constituye un auténtico reto el abordar el personaje antagonista. 

Mi recomendación hoy es que busquéis el tiempo que necesita esta película. No sólo se trata de verla, sino de sumergirse plenamente en su atmósfera, de participar activamente en el juego, de desconectar de nuestra realidad y formar parte del cruce de miradas y de palabras. Solamente el contemplar la actuación de Caine y Olivier ya es un espectáculo en sí, pero hay más, mucho más. Descubridlo. 

1 comentario:

  1. Tu entrada es un merecido homenaje a esta maravillosa película. Recuerdo una versión teatral con Agustín Gonzalez y Andoni Ferreño (sí, Andoni Ferreño) que era un sincero y emotivo reencuentro con esta genial y divertida obra.
    Intentaré volver a verla.
    Qué bueno, por cierto, volver a encontrarme con tu entrada de los lunes.

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