Un momento para el teatro: El burlador de Sevilla

jueves, 15 de octubre de 2015

Hoy, nos vamos al Teatro. La obra, un clásico: El burlador de Sevilla. En el programa se hablaba de erotismo, de una visión particular del director, de una adaptación al siglo XXI y de dos horas sin intermedio. La mujer que tenía sentada a mi lado expresó en voz alta lo que todos pensábamos "como no sea entretenida, se va a hacer larguísimo ese tiempo".


En cualquier caso, los asientos del Teatro Español son cómodos, el marco es bello, como debe ser un teatro, y como ya habían comenzado a aparecer los actores sobre el escenario, pronto nos distrajo la parafernalia que rodea al comienzo de una obra; quién es aquel, yo lo he visto en tal película, qué forma tan rara de ensayar...

Y así, se apagaron las luces y dio comienzo la representación. No recuerdo haber pensado nada más que no fuera la obra. Desde la primera escena me vi envuelta en una sucesión de sensaciones, intensas e inesperadas. El erotismo, muy patente a lo largo de la obra, inunda el escenario y llega a la sala. Un juego permanente con el espectador, un guiño constante a aquellos que, mudos de asombro contemplamos el espectáculo, sintiéndonos parte del mismo. 

Me sorprendió especialmente el uso de la cámara sobre la escena; una forma de decir "tú, que estás mirando, acompáñanos, no te pierdas nada, observa". A la vez, una forma de atrapar al espectador, que olvida que lo es, que está aquí y allí. 

Y la música, muy presente, transformando el escenario en una fiesta, en una dedicatoria también al espectador. Sí, el texto invita a ese momento de baile frenético, pero también es una suerte de invitación a quienes, allí sentados, contemplábamos y deseábamos estar arriba. Y en cierto modo, lo estábamos.

Por supuesto, los actores. Sin conocer los ensayos o la forma de abordar la obra, se intuye una preparación especial, la creación de un ambiente en el que sentirse en todo momentos cuidados, protegidos. Una sensación de seguridad necesaria, dado que el desnudo no sólo es físico; se ve la esencia del alma.

No quiero desvelar mucho más; sólo transmitir lo que yo sentí. Ni siquiera fui consciente del transcurso del tiempo; cuando terminó, me pareció que acababa de comenzar. Un aplauso inmenso me sacudió, se acabó el hechizo. Me voy, un poco más completa, con la mente más abierta y con un recuerdo que me acompañará siempre. 

Me quedo con una escena que me removió especialmente: los actores, situados ante los micros con una cerilla encendida, a oscuras, recitan el texto en voz casi susurrada. Es el mismo texto, pero no lo hacen a la vez, sino que a modo de eco, la voz principal se ve acompañada por susurros cada vez más fuertes. Que no acabe, pensé. Y en cierto modo, no lo hará; se ha transformado en mi momento.

Una propuesta, un reto: creando momentos

jueves, 1 de octubre de 2015

Hoy vamos a salirnos un poquito del guión; en lugar de disfrutar de nuestro momento vamos a crear el de otros.  Solamente en unos minutos, vamos a alegrar el día de alguien a quien queremos. Porque no lo vemos a menudo, porque está lejos, porque vive a la vuelta de la esquina o sencillamente, porque sí, porque las personas que nos acompañan en nuestra vida diaria son, a menudo, las grandes olvidadas.

Hoy, vamos a escribir postales. Sí, postales. Un ritual que tenemos completamente olvidado, de aquellos tiempos en los que abrir el buzón se convertía en uno de nuestros momentos. En un mundo de emails, mensajes y en general, comunicación instantánea y rápida, vamos a tomarnos nuestro tiempo. La idea no es mía; es una iniciativa que recorre las redes sociales (#unotoñodepostal), pero que me pareció tan adecuada para compartirla aquí que me he sumado a ella sin dudarlo.

¿Por qué postales? No por ahorrarnos tiempo; al contrario, mi propuesta es que os toméis el tiempo necesario para pensar en la persona a la que vais a escribir, en elegir la postal para ella, de forma que en cuanto la vea, sonría. Y las palabras. Escogedlas bien; la palabra siempre tiene poder, pero la palabra escrita, además, vive para siempre, nos acompaña, y puede servirnos de refugio; cuántas veces hemos leído aquella carta que nos trajo consuelo en un momento difícil, o que nos hizo reír. Y cuántas veces hemos pasado por delante del cajón en el que guardamos aquella otra que nos destrozó leer, y que no fuimos capaces de romper, por entender que de alguna forma, necesitábamos recordarla siempre.

Pensad que el proceso, en realidad, se va a convertir en uno de nuestros momentos, y como decía al comienzo de esta entrada, de alguna forma vamos a ser creadores de los momentos de otros. De aquellos a quienes apreciamos, ¿puede haber algo más bonito?

Seguro que leyendo estas líneas, estáis ya imaginando a quién escribiríais. Aunque al final no lo hagáis, estoy convencida de que al menos, sentiréis la necesidad de decirles que estáis aquí, que sabéis que están, que en realidad pensáis en ellos mucho más a menudo de lo que piensan. Sólo con eso, estaremos creando momentos, recuerdos y esencia. Pero por qué no ir más allá, y añadir la sorpresa, la emoción. Por qué no recuperar esta tradición, que es cierto que ha dejado de ser una forma de comunicación eficiente, pero que tampoco pretendemos que lo sea; se trata de buscar nuestro instante de calma, de dedicarnos a otros. La vida, como ya sabemos, es una colección de pequeños instantes, una suerte de gran colección de postales que en muchas ocasiones no podemos elegir; vamos por tanto a escoger unas cuantas.

Por mi parte, a lo largo de esta entrada estoy ya imaginando caras, palabras, dibujos, fotografías... Estoy anticipando la emoción de saber que una vez escritas, en cualquier momento esas personas abrirán su buzón y tendrán un retazo de mi. Sabrán que pensé en ellas, que les dediqué una parte de mi tiempo; que son, que siguen siendo, algunas incluso en la distancia, protagonistas en mi vida.

Os dejo con un enlace a una página web que he conocido hace poco a través de una amiga. La verdad es que en cuanto leí la palabra "postales", me acordé de las que aparecen aquí. La marca ya es bonita desde el nombre. Charuca, y detrás de ella hay un proyecto precioso, dos hermanas infatigables que juntas nos han proporcionado un rinconcito en el que relajarnos, ver y disfrutar. Os aconsejo que os suscribáis a su newsletter; siempre que llega a mi correo, sé que me espera un "pequeño momento". 
Postales de Charuca
Si a partir de mañana alguien os pide vuestra dirección, quizás, sólo quizás... ¿Qué os parece? ¿Nos atrevemos? 

Un momento en azul

jueves, 24 de septiembre de 2015

A pesar de que en este tiempo he leído libros sobre los que tengo previsto escribir, la semana pasada terminé uno que reclama su sitio aquí. Lo cierto es que fue un auténtico flechazo: en mi visita periódica a Litec, llamó mi atención desde la estantería de novela gráfica. Siempre dedico tiempo a esta sección, porque para mí constituye una novedad; después de tantos años leyendo, es tan poco probable que me sorprenda, que se ha ganado un lugar en mis preferencias. 

Y así, de un vistazo, descubrí El azul es un color cálido. La portada, desafiante, sugería una profunda tristeza, fruto de esa mirada que se intuye, de reojo, y del azul protagonista del título y del cabello que aparece en la portada; en realidad, del alma. 
Portada
La tristeza tiene un color, y mil emociones asociadas, encerradas en estas páginas: la nostalgia, la ira, la frustración, la decepción, la desolación… Abrir sus páginas es abrir una puerta a todas ellas. A una historia de una belleza descarnada y profunda, a un cúmulo de sentimientos, a una lección, una auténtica lección, sobre las consecuencias de la intolerancia y la falta de aceptación. 

En las primeras páginas, no hay lugar a la esperanza: todo es confusión, la protagonista se halla tan inmersa en su propio proceso de condena a sí misma, que llegamos a pensar que no hay salida posible para ella.  Un entorno duro, rígido, más preocupado de normas y convenciones que del bienestar personal o la felicidad. Un camino fácil de seguir, libre de riesgos y de decisiones. Un camino que sólo conduce a una vida desperdiciada. 

Conforme nos adentramos en la historia, advertimos su profundidad, más allá del tema principal.  La chica del pelo azul, tan libre, tan alejada de convencionalismos sociales… ¿es realmente tan libre como parece? Y nuestra protagonista, ¿de verdad la retiene su entorno? ¿o es presa de sí misma?

No importa en qué extremo nos encontremos: en el de no permitirnos nada, o en el de permitírnoslo todo; tan prisionero es el que se obliga a actuar conforme a unas normas como el que se obliga a no observar ninguna. Al final, lo importante es conocernos, saber que somos imperfectos, que cometemos errores, pero también saber perdonarnos. 

Luchar por quienes amamos, arriesgarse; en definitiva, vivir. Todo esto en un cómic… ¿Cómo no iba a compartirlo aquí? Hoy en día no es fácil que algo nos remueva, y este libro lo consigue. Mi recomendación hoy, como ya adivinaréis, es que lo leáis, por supuesto, pero con la mente abierta, dispuestos a aprender, a llevaos lo esencial. Que para cada uno será distinto, de modo que la propuesta incluye también el compartir vuestra visión con quien lo haya leído también: ese tipo de conversaciones también son momentos que suman. 

Esta semana también os traigo una canción que forma parte de la banda sonora de nuestra trilogía favorita: Versos, canciones y trocitos de carne.  Más momentos “a lo Gellida”, de los que os traigo un adelanto, Dies Irae, compuesta por Iván Ferreiro, con Bunbury y Santi Balmes. Una mezcla explosiva, quizás arriesgada que promete emociones y que os dejará con ganas de más. Disfrutadla, como siempre, en vuestro momento del día.

De vuelta a nuestros momentos

jueves, 17 de septiembre de 2015

Y terminó el verano. Estamos de vuelta todos, incluso los que hace ya tiempo que terminaron sus vacaciones. Porque al final, en verano el ritmo es distinto, y no me refiero al ritmo impuesto desde fuera sino el que llevamos dentro. Y llega septiembre y los propósitos, profesionales sobre todo, pero también, por qué no, personales. El verano es época también de vida, y en la vida hay momentos que funcionan como una catarsis; todo se vuelve borroso, gris, duro, triste. Hay que aprender de estos momentos, salir reforzados, porque de lo contrario, habremos sufrido en vano.

Poco a poco nos vamos haciendo fuertes; nos van haciendo fuertes. Unos, con su rechazo; otros, ofreciendo ese hombro que no es hombro, sino alma. Nos lamemos las heridas y seguimos adelante. Las palabras duras nos dan impulso, coraje y conciencia de que somos mucho más que lo que se ve; las amables, nos proporcionan el colchón mullido en el que caer cuando, de vez en cuando, nos tiemblan aún las piernas.

Esta primera entrada después de la pausa veraniega ha sido largamente reflexionada. Normalmente escribo casi casi vomitando las palabras; no suelo borrar y volver a escribir, no redacto una y otra vez los párrafos. Escribo no con la cabeza sino con el corazón; al fin y al cabo estoy hablando de cosas que me apasionan, pero también de mí misma. Sí, en realidad no es sino eso: una suma de mis momentos. Y me he acostumbrado de tal forma a compartirlos aquí, que prácticamente veo escritas las palabras cada vez que algo llama mi atención, pero también cada vez que algo sacude mi vida. 

De modo que sí, esta vez he escrito, he borrado, he vuelto a escribir y he borrado de nuevo. La primera versión de esta entrada, visceral, fuerte y emotiva, la he borrado. Publicarla hubiera sido dejarme llevar por la rabia, pero necesitaba al menos escribirla. 

En todo caso, está claro que escribir tiene un poder curativo para mí, porque inmediatamente después de volcar todo lo que he estado reteniendo en mi interior, me siento más ligera. También más consciente de que el verdadero valor está en callar cuando hay que hacerlo. No todo el mundo sabe, y por eso, me siento orgullosa de hacerlo. Que mi silencio hable por mí. 

Comienza una nueva etapa, que me dejará menos tiempo libre para escribir. De momento, mantendremos el día semanal (o quincenal, según las circunstancias) de encuentro aquí, pero será los jueves en lugar de los martes, para guardar una cierta distancia con la publicación en imas.  

La semana que viene empezaremos con los momentos, libros nuevos, música que necesitaba descubrir, y mis "momentos de ficción", que en este período sin escribir se agolpan en mi cabeza, deseando salir. Pero hoy, me gustaría compartir con vosotros una frase que mi hermana me envió para hacerme sentir mejor (y lo consiguió). "Lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan, que de Pedro. No lo olvides". No lo haré. 

Un libro especial, momentos para compartir

martes, 21 de julio de 2015

Hoy os traigo un libro que es pura nostalgia para mí. Lo leí cuando tenía 14 años, y lo he releído mil veces. Ahora, espero a que mi hija llegue a esa edad para dárselo y que lo disfrute como lo hice yo.  En mi caso, alguien me lo regaló, ya usado, de manera que el paso del tiempo y las diversas mudanzas lo han ido deteriorando; es sin duda parte de su encanto. 

Cuando leí por primera vez Un castillo en el camino, de María Marcela Sánchez Coquillat, recuerdo que no tenía ninguna referencia de él. Ni siquiera una pequeña introducción por parte de la persona que me lo regaló (la hermana mayor de una niña de mi colegio, aunque no recuerdo tener relación alguna con ninguna de las dos). Y esa sin duda fue una de las claves de mi idilio con este libro: que no me lo esperaba.

El título me despistó por completo; la portada (aunque luego entendí la relación) también. Comencé a leer y me vi, de pronto, sumergida en una novela que suponía un poco ñoña y que, al contrario, me maravilló desde el principio. Las localizaciones, el pequeño pueblo costero, la playa... Pronto me vi inmersa en el ambiente de la novela, y conforme iba avanzando, las sorpresas se iban sucediendo. Casi desde el inicio; pronto comienza a crecer la tensión, y las páginas amables y reconfortantes se intercalan con otras que en su día me producían auténtico miedo. 

Y así, entre capítulos que evocan las tardes de verano de la infancia, largas y perezosas, vamos conociendo un secreto, un misterio que cada vez nos intriga más y más. Unos personajes fascinantes como pocos; recuerdo que leyendo que una de las protagonistas se quedaba mirando boquiabierta a Flor, me di cuenta de que yo también lo estaba. Hasta ese punto te atrapa.

Con el paso de los años, siendo ya adulta, confieso que he vuelto a leerlo. Y que lo he disfrutado, de otro modo sin duda, pero de una forma que me ha llevado a decidirme a recomendarlo aquí. Es una pequeña joya, con un encanto y frescura que no nos viene mal, por muy adultos que seamos, recuperar. 

Yo, por mi parte, esperaré el momento en el que Isabel esté preparada para leerlo. Me encantará compartirlo con ella, porque además como es lógico ella tiene su propia visión, y escucharla es adictivo. Espero ver su cara iluminarse, ajena por completo a lo que le rodea, como siempre que está disfrutando con un libro y absorta en la historia. 

Y con este libro, me despido hasta septiembre. Estas vacaciones sin duda tengo que hacer recopilación de momentos, de libros, de recuerdos, que compartiré aquí con vosotros. Es una época perfecta para hacer acopio de todo aquello que el ritmo de vida que llevamos nos impide hacer normalmente; aprovechadlo, disfrutad de vuestra gente, se trata tanto de crear momentos propios como de participar en los de aquellos que queremos. 

Momentos con mi niña

martes, 14 de julio de 2015

La frase más oída a un padre o una madre antes de decir algo bueno de su hijo es "no es porque sea mi hija, pero...". Cuántas cosas prometemos no decir/hacer antes de tener hijos, y al final, una por una, caemos en todas, ¿verdad? 

Hoy de hecho, voy a empezar con esa frase tan manida. Mi hija, Isabel, cumple diez años. Y no es porque sea mi hija, pero... Es una bellísima persona. Creo que es el mejor calificativo que se le puede aplicar, porque es bellísima por fuera, y lo que es más importante, por dentro. Lo que siempre he admirado de ella es que irradia serenidad, paz... Es mirarla y sentirte instantáneamente tranquilo, como si pudieras ver su alma, clara y pura, en sus ojos. 

Como podréis adivinar, Isabel ha protagonizado muchos de mis momentos. Os traigo los que sin duda tienen más relación con el blog: los momentos de lectura. Aún me sigo maravillando de tenerla a mi lado en el sofá, leyendo cada una su libro, ella ensimismada de modo que no es consciente de que la observo. Si se da cuenta, me mira y me sonríe, y ese, precisamente ese, se convierte en mi momento del día. 

Pero la aventura comienza cuando vamos a la librería. Qué diferente forma de abordar la entrada allí tenemos. Yo me paro en cualquier estante, miro, acaricio el lomo de los libros... Ella, que normalmente tiene las cosas muy claras, va directamente a donde le interesa, busca con la mirada y coge el libro que quiere. Si no va con una idea prefijada, me pregunta, y entonces sacamos algunos, leemos el argumento, miramos las ilustraciones, las portadas, y finalmente, decide. Cuando llega a casa, lo mete en su bolsa y se lo lleva de un sitio a otro porque como ella dice "a lo mejor tengo un rato para leer y si no me lo llevo, no puedo".

Ir a la librería se ha convertido también en un momento nuestro, de las dos. Tengo que reconocer que no espero a cumpleaños o fechas señaladas; quiero que se apasione por los libros y sé que para eso tiene que leer mucho. 

Mi recomendación hoy: buscad el leer con vuestros hijos, sobrinos, nietos... No os imagináis cuánto se puede compartir con un libro, desde que se elige hasta que se cierra, una vez terminado. Dad a vuestros hijos el regalo del amor por la lectura, que volverá a vosotros en forma de momentos, de recuerdos.

Y por último, como esta entrada la leerá mi niña, feliz cumpleaños cariño. Todos los que estamos a tu alrededor somos más felices porque estás tú. Y gracias por compartir conmigo tus libros, tus historias y tu risa. Te quiero.

Una boda, un momento para el recuerdo

sábado, 11 de julio de 2015

Hoy es un día especial en mi familia. Se casa uno de los primos "pequeños" (somos bastantes, algo que enorgullecía mucho a mi abuela); una ocasión perfecta para reunirnos. No sólo hoy; llevamos tiempo hablando de ello, bromeando en el Whatsapp, y en definitiva viviendo el acontecimiento.

Precisamente en el grupo de whatsapp surgió el reto: a que no eres capaz de recordar los veranos de nuestra infancia en una entrada en la que aparezcan tres palabras (no las voy a decir; intentad descubridlas ;))

Así que pongo manos a la obra. El reto me gusta, porque lo cierto es que pasamos unos veranos muy felices. Hemos sido (y somos) una gran familia, y cuando éramos niños disfrutábamos enormemente cuando nos juntábamos, especialmente en verano, cuando los que vivíamos fuera volvíamos a casa de la abuela. En mi caso, de mi abuela materna, aunque allí durábamos poco; nos levantábamos e íbamos a casa de mis otros abuelos, o de mis primas; el caso era estar juntos los primos. 

Y jugábamos. Todo el tiempo. Sin juguetes, algo que a nuestros hijos probablemente les parece impensable. Inventábamos juegos, transformábamos algunos en otra cosa. Recuerdo especialmente el "desfile de modelos", con unos paños de ganchillo que hacia mi abuela para los posairos (palabra que creo que nos hemos inventado en mi familia para los asientos de enea que hacia mi abuelo) que nos poníamos en la cabeza. O el Un dos tres, con preguntas, pruebas, y un premio final que era un viaje al corral (el patio de detrás) en el que los perdedores llevaban a caballito a los ganadores.

Y cantábamos. Nos pasábamos las horas muertas ensayando canciones para luego ofrecer un espectáculo a los mayores (que por cierto, ahora entiendo por qué, nos animaban a ensayar toda la tarde si era preciso). A veces, ayudados por nuestro tío Javi, que por edad estaba mas cerca de compartir juegos con nosotros que con sus hermanos. Y que todo hay que decirlo, tiene recursos para animar cualquier reunión. Una de las canciones "estrella" era la de La serie de dibujos Willy Fogg, de Mocedades, que nos salía "bordada".

Jugábamos mucho a las cartas, especialmente al Mentiroso. Y hacíamos muchísimas trampas; mi pobre primo Carlos, que era pequeño, se ponía nerviosísimo cuando le tocaba a él, así que le preparábamos las cartas para observar su reacción. Sí, también hacíamos trampas al Monopoly, que sé que alguna me lo va a decir. 

Muchos recuerdos, un poco de nostalgia y risas, siempre risas. Un tiempo en el que esperábamos con ilusión el verano; ojalá sepamos transmitir estas emociones a nuestros hijos. 

 Tengo que agradecer a mis padres que desde siempre hayan hecho el esfuerzo por mantenernos en contacto con nuestra familia, incluso aunque vivíamos lejos. Y a mi enorme familia porque son como una piña, siempre unidos, siempre ahí. En los malos momentos, que también los ha habido y los habrá, en los que no permiten que nadie se sienta desamparado; siempre hay red de seguridad. Y en los buenos, como hoy, en los que el whatsapp arde desde hace días y en los que, desde luego, lo dan todo; no hay que temer que ninguna fiesta sea poco animada, porque sólo ellos ya se encargan de llenar de alegría y de risas cualquier reunión. 

Finalizo ya con un deseo de felicidad para Rai y Blanca. A ella aún la conocemos poco (aunque el que le guste Sabina para mí es una garantía), pero ya es una de nosotros, porque el ver la cara iluminada de Rai es suficiente para los que lo queremos. Y a Rai, porque en su día fue mi chiquitín, y siempre lo será. A veces miro a mi hijo y lo veo a él, un "tirillas", morenísimo siempre en verano, haciéndonos reír y sonreír. Y hoy, le toca a él. MUCHAS FELICIDADES. 

Un libro para un momento: La buena letra

martes, 7 de julio de 2015

Aunque disfruto leyendo, no es habitual que cierre un libro e inmediatamente sienta la necesidad de escribir sobre él. Recientemente me pasó con Isaac Rosa y La habitación oscura, porque me sorprendió e impactó, como ya os conté aquí. Hoy, vuelvo a sentir esa necesidad. Hoy, he entrado en el mundo de Rafael Chirbes. 

Y digo en el mundo de Rafael Chirbes porque no me cabe ninguna duda de que se va a convertir en mi escritor de cabecera. He empezado con La buena letra, (gracias mil Juanjo y Virginia), y prácticamente desde la primera página supe que no sólo estaba ante un gran libro, sino ante un gran escritor. Me sentí en casa, como sólo los mejores libros pueden hacerte sentir; las palabras me envolvieron, me atraparon; la historia, desgarradora en su sencillez, me emocionó.

No quiero en ningún caso hablaros de los personajes, del argumento, entre otras cosas porque no puedo, no debo destacar nada, sino que este libro hay que verlo como un todo; en realidad, es la maestría que se adivina en cada línea, el uso de las palabras para provocar emociones directas al corazón, lo que convierte a La buena letra ya no en literatura, sino en vida. 

Cuántas veces a lo largo de la lectura de este libro he pensado "qué maravilla", "un fragmento para recordar", "una frase magistral". Porque es exactamente eso:  una utilización magistral del lenguaje, es convertir cada palabra en lo que el escritor quiere,  moldear a su antojo letras, sílabas, frases, párrafos... Es Escribir, así, con mayúscula. 

Y ahora, vamos con lo nuestro, con las emociones. Leer este libro ha sido un regalo. Porque no es fácil emocionar con la forma tanto como con el fondo, y Rafael Chirbes lo consigue. A través de sus páginas he conocido a sus personajes, he sentido cada emoción como propia, he aprendido. Un viaje a través del tiempo a una época convulsa, difícil, la de la España dividida por una guerra que enfrentó a hermanos. No obstante, no busquéis una novela histórica aquí; lo que hallaréis en La buena letra es un dibujo a carboncillo del interior de una vida. 

Cómo no recomendar este libro. Leedlo, no importa cuál sea el siguiente en vuestra lista, no demoréis la lectura de éste. Especialmente si, como yo, no habíais leído nada de este autor. Porque en adelante muchos de nuestros momentos estarán más llenos gracias a él.

Finalmente, en la entrada de cada semana voy a incluir el enlace al artículo del lunes en Imás. Esta semana más que nunca, porque también tiene que ver con las palabras. Y con palabras, del libro que hemos compartido hoy, me despido: La buena letra es el disfraz de las mentiras.

Viajando en el tiempo: momentos y música

martes, 30 de junio de 2015

Hay música que emociona, música que nos alegra, música que incluso, nos hace llorar. Si nos paramos a pensarlo, qué grande es el poder que puede llegar a ejercer en nosotros, ¿verdad? Haced una prueba: poned el fragmento que más os aterrorice de una película de miedo, y quitadle la música; comprobaréis que no causa ni la mitad del efecto que os producía.

Pues bien, desde esta perspectiva, hoy vamos a repasar música que, de forma inmediata, sólo con oír los primeros acordes, nos traslada de inmediato a otro lugar de nuestra memoria. Como una máquina del tiempo, nos vemos con diez, quince, veinte años, en el preciso instante en que escuchábamos esa canción, que de algún modo se ha convertido en una parte de nuestra banda sonora. 

Por supuesto la lista es inmensa, casi tan larga como la cantidad de momentos vividos, así que en estas líneas es imposible recogerlas todas. Las que hoy os traigo son sólo un ejemplo; los que como yo, nacisteis en los años 70, seguro que compartís muchas de ellas. No son exactamente mis preferidas; alguna ni siquiera me gusta escucharla, porque va asociada a un momento que es doloroso recordar, pero todas las que hay aquí suponen un pasaje inmediato a mis recuerdos.

Sabor de amor, Danza invisible en una canción que fue un referente, y que me traslada a las primeras veces que salí con amigas. Mil calles llevan hacia ti, cantaba la Guardia, en el autobús que nos llevaba de excursión a Oporto, con 14 años, junto con Cartas en el cajón. 

La Unión, mucho tiempo, muchos recuerdos. Conciertos, personas, y una parte de mi que conservo, que he ido llevando conmigo y que he compartido con la gente más importante de mi vida. De aquí, Vivir al Este del Edén y Sildavia han crecido conmigo; esta última, de forma muy especial.

Cómplices, con su Es por ti, en el campamento de Silleda. En aquel momento, la oímos hasta aborrecerla; sin embargo ahora me gusta escucharla, me produce ternura y añoranza.

De Sabina, todas. Y sin embargo, mi preferida; no obstante no puedo escucharla, me produce muchísima tristeza, aunque como está asociada a un recuerdo precioso, siempre estará ahí.

Police, Every breath you take, una fiesta en un local en Santiago, y un rato de risas porque un compañero que no sabía nada de inglés la cantó enterita, fonéticamente perfecta aunque sin tener ni idea de lo que decía.

Hoy, me quedo con esa época. Faltan muchas, por descuido o a conciencia, pero al final este ejercicio me sirve para descubrir lo importante que es la música en mi vida. Hoy, nostalgia, añoranza y un sentimiento de que ha pasado mucho tiempo; y por hoy basta con eso. 

Mi recomendación, como ya intuís, es que hagáis el mismo ejercicio. Pensad en canciones que van unidas indisolublemente a momentos de vuestra vida, de forma que en cuanto las escucháis os arrojan bruscamente a ellos, os ponen en contacto con esa parte de vosotros que a veces ya ni recordáis. 

Os dejo con una de mis canciones de hoy, de ayer y de siempre. El momento: con una queridísima amiga una noche de esas interminables en la que me descubrió esta canción. 


Veo tu casa desde mi balcón
chimeneas y tu ropa al sol
aviones plateados rozando los tejados
vestido y en la cama vigilo tu ventana
Miro libros de pintura que robé
no tengo hambre hoy no comeré
no se de que me quejo 
ya tengo lo que quiero
soy libre ante el espejo
no salgo ahora que puedo
Y tu siempre dices que soy 
un alma del averno
tendré que darte la razón
quizá sea cierto
Siempre suelo querer lo que no tengo
y ahora que ya no estas aquí 
me voy consumiendo
Ropa sucia, cuadros que he pintao
discos viejos, to por ahí tirao
mas vale 15 días
no me levantaría 
desorden en campaña
ahora se que me engaña 
Credenciales de posesión 
que tontería
estos celos me han abrazao
no sé que me creía
Y yo que decía por fin
ahora la tengo 
y ya estaba de vuelta de to
a ver si aprendo 
Y tu carta me confundió 
ahora lo entiendo
tu mirada me lo advirtió
tu "jamas vuelvo"...

  

Un momento para Draper

martes, 23 de junio de 2015

No sabía si escribir sobre la serie que os traigo hoy. Porque se han dicho prácticamente todo y porque en cierto modo es increíble que no la haya visto hasta ahora. No ha sido por falta de ganas; desde que la emitieron sabía que me iba a gustar, sino falta de tiempo, unido al hecho de que me encanta ver una serie del tirón, sin tener que quedarme con el gusanillo de qué vendrá después. Tampoco es usual que sólo tras la primera temporada ya necesite escribir sobre ella. Y sin embargo, nada más terminar de verla comprendo que tengo que hacerlo así. 

De esta forma, hoy compartimos la primera temporada de Mad Men. Como os decía, es difícil decir algo nuevo de esta serie, pero ya sabéis que aquí se trata de ofreceros mi particular visión: por qué Mad Men se ha ganado un lugar preferente en mis momentos del día. Hasta el punto de que ya la sintonía inicial me sitúa en el Nueva York de los 60, que ya no me hace pensar inmediatamente en Kennedy, sino que me transporta al universo de Don Draper.

Pocas veces he tenido tanta preferencia por un personaje en una serie con actuaciones brillantes y memorables, con multitud de personajes con entidad propia e historias propias. Y sin embargo, siento que todos ellos están al servicio de Draper. Cada escenario, magníficamente diseñado para situarnos en la acción en lugar de sentirnos meros espectadores, luce engalanado para Don Draper. Porque Mad Men es, en gran medida, el conjunto de lugares donde se desarrolla la acción; la sensación de estar allí es lo que en primer lugar me atrapó.

Y así, me introduje de lleno en el frenético mundo de la publicidad, en una época en la que las mujeres poco a poco iban tratando de hacerse un hueco en aquellos espacios reservados a los hombres. De la mano de un personaje fascinante, con toda una serie de facetas ocultas, o más bien disimuladas a duras penas: Peggy. A través de su mirada descubrimos una sociedad profundamente machista, pero en la que ya se deja entrever un cambio que sin duda se debe a mujeres como ella. En apariencia frágil, tímida y complaciente; ya en la primera temporada se advierte que hay más, mucho más.

Mujeres como Betty, la mujer de Don, profundamente insatisfecha aunque sin ser muy consciente de por qué. El ama de casa de los suburbios, que no se conforma con el papel que le ha sido asignado, desconcertada porque la vida a la que siempre aspiró ha resultado ser un cúmulo de tópicos y lugares comunes que en modo alguno quiere visitar. 

Mujeres como Joan, la jefa de secretarias de Sterling Cooper, que, pese a creerse profundamente liberadas y fuertes, en realidad contribuyen a engrasar la maquinaria de una sociedad machista que las considera poco más que objetos. 

Es curioso, ¿verdad? Mi visión de una serie centrada en un hombre, en un universo de hombres, se explica a través de las mujeres. Quizás porque el propio protagonista lo siente así. Aún me queda mucho por descubrir en Don Draper, pero ya intuyo una fortaleza que no es tal, una personalidad más que dependiente y una relación con las mujeres que esconde mucho más de lo que a simple vista parece ser el fruto de su tiempo. 

Estoy deseando descubrir más, y presiento que, tal y como me ha ocurrido con la primera temporada, me entusiasmará tanto como para compartirlo aquí, en el rincón que reservo para las cosas que llenan mis momentos. Mi recomendación hoy: si no habéis visto la serie, tenéis que hacerlo. Sumergíos de lleno en su ambiente, coged de la mano a Don Draper y descubrid su mundo con él. Para los que ya lo conozcáis, intentad ver de nuevo la primera temporada disfrutando de los detalles; es una serie que admite, incluso aconseja, una segunda visión: el personaje de Don nos absorbe de tal forma que es posible que descuidemos el escenario en el que se mueve, que es digno de ser admirado detenidamente.

Os dejo con una frase que os transportará de un golpe al mundo de la publicidad, a la sociedad de los años 60 y a la personalidad del protagonista de la serie, Don Draper: "Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias".




De dioses y hombres: un momento para los mitos.

martes, 16 de junio de 2015

Hoy os traigo un libro para leer poco a poco, para estudiar y aprender, para creer en leyendas, cuentos y en su origen: los mitos. Desde siempre me ha fascinado la mitología clásica, griega y romana, porque nos presenta a dioses muy próximos, que descienden a la tierra y que interactúan con los humanos. Dioses poderosos, con debilidades humanas, y con historias bellamente entretejidas que podrían llenar horas y horas de nuestros momentos.

No obstante, no es fácil encontrar un libro de mitología que sea claro, que contenga esquemas y que nos permita seguir, dentro de lo posible, una línea dentro del caos y la telaraña de historias entretejidas y entrelazadas de modo que es posible saltar de una a otra y perderse en el camino. Por eso, el abrir un libro y encontrarme con imágenes como esta, me produce una sensación de claridad que me atrapa (me encantan los esquemas. Y las listas.)


Claro está, inmediatamente compré Mitología, de la editorial RBA. Y puedo deciros que ocupa un lugar preferente en mi salón; lo hojeo tan a menudo que ni siquiera ha ido a parar aún a la librería. 

Bellísimas ilustraciones, en un compendio de "todos los mitos del mundo", puesto que junto a lo que tradicionalmente entendemos como Mitología en Occidente, descubrimos Mitología de Egipto y África, de Oriente Medio y Asia, de Oceanía y de América. Conforme voy avanzando en el libro voy sorprendiéndome, aprendiendo, reinventando lo conocido y descubriendo lo desconocido. Voy de un mito a otro, de un continente a otro, moviéndome entre universos culturales tan diferentes, y sin embargo, en el fondo, tan similares.

Estoy disfrutando. Se nota, ¿verdad? Voy poco a poco, y lo busco en esos días en que mi mente está más despierta, más receptiva. Lo simultaneo con otros libros, y acudo a este en cualquier momento del día. Sí, en cualquier momento, ¿hay algo más en sintonía con nuestro blog?

Mi recomendación hoy, por supuesto, es este libro; pero en cualquier caso, ¿por qué no dedicáis un instante cuando terminéis de leer la entrada de hoy a buscar algo sobre mitología y leerlo? Algo no demasiado extenso, que os deje con ganas de más; dioses poderosos y hombres sometidos a sus designios; animales míticos; el origen del mundo; demonios, monstruos y bellas doncellas; sirenas, caballeros, bestias que no llegamos a imaginar...

Por mi parte, hoy me adentro en la mitología artúrica. Merlín, Morgana, Ginebra, Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. ¿Alguien se apunta?   

Un momento para la magia

martes, 9 de junio de 2015

Hoy, un universo. De imaginación, de magia, de literatura, de cine. Hoy dejamos el mundo muggle y nos sumergimos en el mundo mágico creado por JK Rowling: Harry Potter.

Un universo al que los adultos en ocasiones nos hemos aproximado con cautela, por aquello de que la magia es algo de niños; pues bien, esta saga nos ha demostrado que no lo es. Llegué al primer libro casi por casualidad, atraída por el ruido que estaba generando, y una vez leí el primer capítulo, me vi envuelta en su mundo, atrapada voluntariamente y para siempre. De hecho, los he ido leyendo en inglés por no esperar a su lanzamiento en castellano. 

Y diréis, ¿qué hay de diferente en estos libros para que le dediquemos algunos de nuestros preciados momentos? Pues todo. Sencillamente, son el lugar perfecto al que escapar, donde refugiarte y evadirte. Es abrir sus páginas y verte allí, paseando por las calles de Diagon Alley, mirando con curiosidad los escaparates con mil objetos inverosímiles, maravillarte ante la magnificencia de Gringots, el banco de los magos... Y después, subir al expreso a Howards en King's Cross, en el andén 9 y 3/4, y en un viaje atravesando montañas, ríos y kilómetros de verde, llegar a Howards. Sin duda, el lugar mágico por excelencia. 

Es tan difícil que un libro fantástico te haga recrear el mundo descrito en él de esta forma... Quizás uno de los aciertos es el hacer convivir el mundo real, el nuestro (los "muggles") con el mundo mágico. Nosotros, con nuestro frenético ritmo de vida, nuestra obsesión por las apariencias y el qué dirán, tan ocupados que no advertimos las señales de la existencia de la magia. ¡No me digáis que no es posible!

No todo es ambientación, aunque si os digo la verdad, en mi caso es lo que me maravilló de los libros. Además, una historia que va in crescendo, que nos deja en cada final con ganas de mucho más; que nos ha mantenido en vilo a lo largo de siete libros, hasta llegar a un final que puedo decir que es de los mejores finales (si no el mejor) para una saga que he leído nunca. Mantener la atención, la expectación, durante nada menos que siete libros... ¿No creéis que al menos merece una oportunidad?

Y por supuesto, los personajes. No sólo los tres protagonistas, sino todos y cada uno de los que aparecen en los libros: perfectamente imaginables, deliciosamente complejos y que despiertan en nosotros emociones dispares; hay buenos y malos, por supuesto, pero con grises, con recovecos sorprendentes. Una lucha entre el bien y el mal abordada desde una perspectiva realista: la de que no todo es lo que parece, y que hay que profundizar en las personas antes de juzgarlas. 

Habréis observado que no me he refiero a las películas; es porque creo que merecen una entrada diferente en mi blog. Y porque mi recomendación hoy es precisamente la de empezar por el principio, por el origen de todo: Harry Potter y la piedra filosofal. Dejad a un lado ideas preconcebidas de literatura para niños: estos libros son universales, tan solo hace falta una mente abierta, receptiva y dispuesta a dejar volar la imaginación. Yo, por mi parte, voy a releerlo: necesito mi dosis de magia y de escape. 

Os dejo con una frase de Dumbledore, un personaje que en sí mismo (como la mayoría de los creados por JK Rowling) daría para escribir otro libro: "Las palabras son nuestra fuente más inagotable de magia, capaces tanto de infligir heridas como de sanarlas"

Adivina qué leemos hoy II

martes, 26 de mayo de 2015

Hoy, un retrato insuperable del Madrid de los años 40. Hoy, un escritor que sencillamente, deleita. Si abrir un buen libro es sumergirse en un mundo, una historia o un universo, abrir un libro de este autor es verse inmediatamente transportado a donde él nos conduce. Casi diría que bruscamente; incluso a veces, dolorosamente.

Un libro que es un referente por la forma de contar, de describir, de dibujar un retablo de personajes; no hay protagonistas, sino pinceladas de vidas, que a veces se cruzan y que en otras ocasiones transcurren paralelas: se requiere una lectura atenta, recreándose en los detalles, que son la esencia del libro. 

Si lo pensamos bien, es de lo que venimos hablando aquí cada día que nos encontramos: la vida no es sino una colección de momentos. Y eso es este libro, una suma de momentos, que forman una suma de vidas, que componen un escenario en el que asistimos, sin poder apartar la vista, a la fotografía de una sociedad en una época difícil, llena de miserias. El autor no nos ahorra ninguna de ellas; al contrario, dibuja unos personajes que viven, las más de las veces, muy a su pesar.

Y sin embargo viven. Y levantan la cabeza. Y se crecen en las dificultades. Historias corrientes, cotidianas, junto a auténticos dramas que sin embargo terminan por parecernos corrientes también. 

Y sobre todo, un maestro de la literatura. No creo que haya una novela que logre transmitir de este modo las miserias, alegrías y penas de una sociedad, de una época. Una novela que es puro cine: casi nos parece estar allí sentados, casi vemos a los personajes, percibimos las calles, las casas, el café de turno. 

Y sí, hoy toca averiguar de qué libro estoy hablando. Y una vez que lo averigüéis, releedlo. En un libro así, siempre hay cosas nuevas, o más bien, cosas que ya estaban pero que vemos, después de un tiempo, con otros ojos. Os dejo con uno de mis párrafos favoritos, que sin duda os va a dar la pista definitiva del libro que traigo hoy, y que demuestra, en unas pocas líneas, que su autor es un grande de nuestra literatura.

"La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones.
La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena...
¡Que Dios nos coja confesados!"   

Momentos de ficción III

martes, 19 de mayo de 2015

Apretó los ojos, como si cerrarlos pudiera detener la nube negra, oscura, densa, que comenzaba a formarse. La contempló, como siempre, entre fascinada y horrorizada. Por un momento pareció que comenzaba a brillar; una leve esperanza se abrió paso entre las sombras. ¿Sería distinto esta vez? ¿Lo habría encontrado? 

***

La niña miraba fijamente al bebé, durmiendo en su cuna. Alargó una mano, y con el dedo índice comenzó a trazar imágenes invisibles por encima de la cabeza del niño. Casi automáticamente, la mujer que estaba a su lado cogió suavemente su mano y la bajó. La niña miró, interrogante, y su abuela, negó casi imperceptiblemente. “Luego”- susurró. 

Cuando llegaron a casa, la niña se sentó, esperando. Sabía que su abuela le explicaría, como siempre hacía. Había aprendido que era la única a la que podía acudir, la única que comprendía, que sabía. La que tenía las respuestas, la que hacía las preguntas adecuadas. Siendo más pequeña, intentó hablar con sus padres, que sencillamente, pensaron que se trataba de la imaginación exaltada de una niña acostumbrada a estar sola. Le hablaron de realidad, y de sueños; aun siendo tan pequeña, le hizo gracia. ¿Qué sabrían ellos de lo que encerraban los sueños?

En todo caso, al principio, todo era más fácil. La nube de los sueños de los bebés, de niños como ella, de su abuela… las personas a las que ella veía dormidas aún eran inocentes, buenas en el caso de su abuela. Además, ahora comprendía que siendo niña su visión ingenua alejaba las partes oscuras; siempre que acariciaba la nube hacía crecer la parte brillante, limpia. Con el tiempo, sus propios demonios internos se entrelazaban con las nubes ajenas; se alimentaban mutuamente y la parte oscura se fundía en su alma, dejándola exhausta y llenándola de una profunda tristeza. Así aprendió a no tocar. 

La primera vez que habló con su abuela, fue en una de estas ocasiones. Con 8 años fue a casa de una amiga y se sentaron juntas a ver una película en el salón. El hermano de su amiga, mucho mayor que ellas, estaba dormido en el sofá. Profundamente dormido; lo supo porque la nube se hallaba allí, justo encima de su cabeza, y sin siquiera pensar, casi por costumbre, alargó la mano para tocarla. 

Su amiga no se dio cuenta de nada, atontada delante de la tele como ella nunca había conseguido estar; tenía demasiados sueños ajenos en la cabeza. Pero nada más tocar la nube, percibió algo diferente; de pronto, su mente se llenó de imágenes: una chica joven mirando horrorizada a alguien situado justo encima de ella; un puño estrellándose contra su cara, y lo que más la estremeció: un sentimiento de tremenda satisfacción, una excitación que no había sentido nunca. 

Retiró la mano como si quemara; en cierto modo, así era. Notaba su alma dolorida; y miraba impotente la nube, sin partes brillantes, totalmente oscurecida, de forma que el abismo insondable que veía era palpable. 

Y entonces entendió: no se trataba de nubes de sueños, como siempre había pensado. Lo que veía eran los extremos del alma; lo mejor y lo peor de lo que una persona era capaz. Y comprendió que algunas personas sólo eran capaces de lo peor. 

Permaneció quieta en el sofá, engullida por esa nube oscura, incapaz de mover ni un músculo, atenazada por el pánico. Hasta que su amiga, llamándola, despertó a su hermano. La nube desapareció, pero seguía en la mirada del chico. Inmediatamente salió corriendo hasta casa de su abuela; algo en su interior le dijo que solamente encontraría consuelo allí. 

Compartimos momentos: maridaje y encuentro

martes, 12 de mayo de 2015

Hoy os traigo un momento que, si queréis, podemos compartir juntos. Un maridaje perfecto para esa última hora de la tarde, o para la noche; cuando por fin, nos dedicamos un instante para nosotros, solos o en compañía, pero eso sí, construyendo vida.

Y para hoy, para ese momento, os traigo un vino que he descubierto hace poco: Honoro Vera 2013. Os sorprenderá incluso visualmente; la etiqueta, no sé por qué, me hizo pensar en poesía. Os dejo aquí el enlace para conocer más detalles. 

Ya sabéis que no soy ninguna entendida en vinos, pero hay ocasiones en las que, saboreando un vino, de repente nos viene a la cabeza una canción, un fragmento de un libro, una escena de una película. O simplemente disfrutamos paladeándolo, tanto que convertimos ese momento en un recuerdo. Al final, de lo que se trata es de eso: el vino termina siendo un instrumento, provocando emociones, dándonos instantes para relajarnos o enmarcando una conversación. Y esos son mis vinos favoritos.

Hoy, como os decía, comparto mi momento. Hay días en que simplemente hacemos lo que surge, somos más espontáneos; hoy os propongo planificarlo. Quizás un momento a solas, para pensar, para hacer balance y para cerrar los ojos. Porque sólo con los ojos cerrados vemos nuestro interior.

Y así, al anochecer, os propongo una escena: con una copa de buen vino, vamos a dejarnos acompañar por la música. En mi caso, el vino será Honoro Vera 2013, y la música, Turnedo, de Iván Ferreiro, en esta versión de Sesiones Ligeras com Xoel López. Que me trae recuerdos de playa, de arena, de verano y de instantes perdidos; que produce melancolía y que sencillamente, es la canción perfecta para cerrar los ojos. 

Esa es mi recomendación: hoy, vamos a compartir de verdad un momento. De algún modo, estaremos juntos; de alguna forma, llevaremos el blog un poquito más allá. Al final son tantas las veces que me decís que habéis leído algún libro, visto una película, escuchado una canción o simplemente, reservado vuestro tiempo para venir aquí, a este rincón, que hoy me gustaría cerrar los ojos y pensar que estáis conmigo. Porque esta aventura, sin vosotros, no tiene sentido; porque al final, en ese momento del día, rodearse de gente tan especial como los que buscáis y transmitís aquí vuestras emociones, hace que la vida esté un poquito más llena.

Para terminar, dos regalos. En primer lugar, una foto que tengo en mente desde que comencé a escribir esta entrada; tenía además muchas ganas de traerla aquí porque en cuanto la vi, me produjo una sensación de reconocimiento, como si la hubiera estado esperando. Y porque es sol, es verano y es vida. El autor, Juanjo, al que ya conocéis porque el blog Ni un día sin libro también forma parte de nuestros momentos. 



El otro regalo, mi fragmento preferido de Turnedo: 
"Se puede saber qué esperas
que te mire y que te seque
que te vea y que me quede
tomando la luna juntos"

Releyendo momentos

martes, 5 de mayo de 2015

Hoy vamos con otro de mis libros preferidos: La sirena viuda, una recopilación de cuentos de Benedetti. Hacía tiempo que no lo leía, y el otro día, buscando algo de bolsillo para llevarme al hospital, lo vi en mi librería, empecé a hojearlo y sentada en el suelo, me puse a leer. Me encanta releer aquellos libros que en su día disfruté: me produce la sensación de reencontrarme con un viejo amigo, al que miro con curiosidad para ver en qué ha cambiado. 

Pero resulta que la que ha cambiado soy yo, no él; a veces, siento que la parte de mi misma que conectó de algún modo con él ya no está, y me produce una gran sensación de tristeza. Sin embargo, son las menos; por lo general; mis vivencias enriquecen mi visión del libro, lo aprendido fuera de él, me enseña cosas que antes no vi; aunque siempre estaban ahí, quizás no supe o no pude verlas.

Y en este caso, ha sido todo un reto el reencuentro. Si en su día abrí sus páginas con un idealismo que en algún caso me hizo rechazar alguno de sus cuentos, hoy, comprendo. Que todo no es blanco o negro, como en su día pensaba; que para saber cómo actuaríamos en una situación, hay que vivirla 

En este libro tienen cabida las escenas cotidianas, los amores imposibles, la crudeza de la realidad; el villano, que en el fondo, no lo es tanto, o al menos no está tan alejado de nosotros. Y por encima de todo, la vida, la vida... La vida. Entendida como suma de momentos, pero a la vez, con esa urgencia que produce el saber que es efímera. Y que duele. Y que cura. 

¿Sabéis? Si recordáis bien el libro, o si lo leéis ahora, adivinaréis perfectamente qué cuentos son mis preferidos; cuál me impactó más. Si formáis parte de esta aventura, incluso sin haber leído la entrada sé que me identificaríais con algún pasaje. Cada vez es más frecuente que me digáis que leyendo un libro, viendo una película o disfrutando sencillamente de un instante, pensasteis: "este es uno de los momentos del blog". Y me produce una enorme satisfacción el oírlo; al fin y al cabo, es lo que perseguimos aquí, ¿no os parece?

Mi recomendación hoy vuelve a ser doble. En primer lugar, no dejéis pasar la oportunidad de leerlo. Tratad de adivinar qué cuentos fueron los que me dejaron huella; descubrid los vuestros, y disfrutad de un escritor que es capaz de hacernos vivir las escenas más aparentemente intrascendentes para luego llevarnos a presenciar auténticos dramas. 

Y en segundo lugar, buscad entre vuestros libros, escoged aquel que en su día os hizo vivir un momento, y releedlo. Recordad; el libro no ha cambiado, pero vosotros sí, y con ello, vuestra forma de verlo, de sentirlo, de vivir sus páginas. 

Porque sí, las páginas de un libro no sólo se leen; se viven. Sobre todo, si es Benedetti.

Todos los momentos, toda la vida

domingo, 3 de mayo de 2015

No soy yo muy partidaria de días que se celebran obligatoriamente, con una excepción: el día de hoy. Un solo día al año en que las madres reciben el reconocimiento que deberían recibir cada día, en realidad, así que al menos por un día vamos a devolverles un poquito de lo que se merecen. 

Y yo, desde aquí, voy a hablar de la mía claro. La verdad es que cada uno de vosotros reconocerá rasgos de las vuestras; el amor de una madre es algo universal, profundo y con unos vínculos indestructibles. Luego cada una tiene sus pequeñas cosas, pero hasta en eso las reconocemos ¿verdad? O no os suena el "llevas el pelo hecho un desastre... ¡Con lo guapa que estás tú con tu melenita mona!" (En este punto mi hermana está leyendo muerta de risa). 

La mía es la base de nuestra familia. El núcleo, el corazón y el motor. Nunca ha sido de grandes demostraciones de afecto, al menos físicamente; sin embargo, siempre que me pasa algo, aún hoy, lo primero en que pienso es en mi madre, y el sitio donde me imagino segura, es en sus brazos. Siempre pendiente de todos, dando a cada uno lo que necesita y haciendo suyos nuestros problemas; muchas veces, más preocupada por ellos que nosotras mismas.

A pesar de que siempre ha estado delicada de salud, su fuerza ha sido y es inmensa. No importa que no se encuentre bien, ella ahí está. Tanto es así que muchas veces olvidamos preguntarle, que damos por hecho que puede con todo. Y sobre todo, que olvidamos agradecerle... o quizás es imposible agradecerle todo lo que ha hecho, hace y sigue haciendo.

Porque ahora sigue su labor con mis hijos. Digamos que el círculo de personas que la queremos, la necesitamos y la buscamos es mayor, pero los cuidados y atención que ella dedica a cada uno no han disminuido en lo mas mínimo. Mis hijos la adoran, los dos, pero con Isabel tiene una relación muy muy especial; Isabel, de todos, es la que más la cuida y está pendiente de ella. Y la verdad, me siento tremendamente feliz y orgullosa cuando lo veo.

Pero en este blog se trata,ya sabéis, de mis emociones, y no voy a dejar de hablar de ellas hoy. Afortunadamente la tengo cerca, muy cerca, tanto que no es raro que me enfade con ella, porque a mis cuarenta años me sigue "echando la bronca" cuando hace falta. Es incapaz de callarse, cuando tiene algo que decir no escucha e insiste todo lo que haga falta. Y diréis: ah, esos son sus fallos. Pues no, esos son sus aciertos, eso es lo que más necesito de ella (y cuando lea esto, ya no va a haber quien la pare). Siempre me dice lo que tengo que oír, lo que necesito oír aun cuando ni yo misma lo sepa.

Y sobre todo, por encima de todo, me inspira ternura. Toda una vida dedicada a nosotros, y ni siquiera se ha quejado una sola vez. La abrazaría mil veces, la besaría otras mil, y aun así no bastaría para demostrarle ni una pequeñísima parte de lo que la quiero. 

Y esa es mi recomendación: hoy, más que nunca, achuchadla fuerte. Decidle lo mucho que la queréis; eso es algo que nunca está de más. Pensad en lo que hace por vosotros, en qué significa en vuestras vidas. Dedicadle un momento en este día.

Mientras escribo esto no me olvido de personas que son importantes para mi y que no van a poder hacer eso hoy. Pero he conocido a esas madres y estoy absolutamente convencida de que están hoy a su lado; hoy y siempre en realidad, pero hoy más que nunca. Así que dad un beso muy fuerte al aire; estoy segura de que están ahí para recogerlo.   

Compartiendo mis momentos

jueves, 30 de abril de 2015

Una nueva etapa, el segundo, tercer o cuarto acto; el comienzo del fin, o un nuevo comienzo. Ver la botella medio vacía o medio llena; tantas posibilidades o tan pocas... Sentimientos contradictorios que, en la línea de este blog, mi blog, nuestro blog, quiero compartir con vosotros en un día señalado; el día en que cumplo cuarenta años.

Si miro atrás hay risa, hay felicidad; una infancia realmente afortunada, con unos padres y una hermana que a día de hoy siguen siendo mis pilares. Una gran familia que siempre me ha arropado; mis abuelos, y esa sensación de protección que tengo cuando pienso en ellos; mis tíos, siempre pendientes, aún sin ser yo consciente; mis primos, muchos, y todos necesarios; hoy creo poder decir que estamos más cerca que nunca. 

Si miro atrás hay juegos, hay amigas (colegio de chicas, ya sabéis); hay cambios, siempre cambios. Hay tristeza en lo que dejé, pero también, con el tiempo, la perspectiva de ver que lo que soy ahora es fruto de todo aquello, de lo bueno y de lo malo; cada vez que sufro, pienso en aquella época, y sé que una vez que se supera, eres mucho, mucho más fuerte. Y todo porque no me rindo, nunca lo he hecho; siempre intento con todas mis fuerzas las cosas y las personas, (sí, también las personas se intentan); por eso nunca he considerado que he fracasado. Me he equivocado, y mucho, he cometido errores y causado daño sin quererlo, pero nunca he dejado de luchar por lo que verdaderamente quería.

Hay una excepción: sí dejé a un lado el escribir, que me apasiona desde que era niña, y mirad. A mis cuarenta, lo he conseguido; escribo, me leéis, e incluso a veces ¡me hacéis caso! Hablando en serio, no sabéis lo gratificante que es que alguien me diga que ha disfrutado de un libro que ha leído porque yo he recomendado (Nacho, Mar), o que está deseando ver tal o cual película, o que ha comprado Black Stories (verdad, Candela y Pedro), o sencillamente que ha recordado sus momentos con los míos, se emociona conmigo y llora conmigo (a que sí, Miri, Gema, Marta). Y quien puntualmente me lee, me manda mensajes y me anima (Elena, PT). Y aquellos que por pura casualidad han iniciado una aventura similar que seguramente, y dado todo lo que nos apasiona y lo que disfrutamos juntos, terminará por unirse (esto no digo quién). Los fijos, que me seguís y compartís cada día que escribo; David, Maria Antonia, Emi, Laura, Sacri, Oscar, Dulce, Pedro, Mercedes, Carlos, Pilar, María... Antonio, de vez en cuando y a regañadientes..., mis tíos, Javier (aunque está suspenso en el examen) Edu... Seguro que alguno se me olvida, y hay muchos de vosotros que me leéis y yo no lo sé aún, o incluso que no conozco; quiero que sepáis que agradezco cada comentario, cada broma, cada guiño... Todos, sin excepción, haceis  mis días bonitos.

¿Y sabéis qué? Con eso me quedo. Con los amigos de la infancia que conservo, con los recuerdos de mis ciudades, con los que ahora han llegado a ser, como decíamos en la entrada del martes, familia. Me ha costado mucho tiempo verlo; ahora sé que el cambiar ha enriquecido mi vida. Con vosotros, que me habéis ayudado a cumplir un sueño (alguno incluso soportando gruñidos cada vez que estaba escribiendo, ¿te recuerda a algo David?) Y por supuesto, con mis hijos. Motor y alegría de mi vida, tanto su padre como yo estamos tremendamente orgullosos de ellos; algo habremos hecho bien. 

Así que a mis cuarenta, y a pesar de que el último año no ha sido el mejor, creo que estoy aprendiendo. Que poco a poco voy madurando y que aunque nunca lo hubiera pensado de mi, soy fuerte. Y ¿qué tengo que hacer? Lo que venía haciendo. Seguir luchando, seguir esforzándome y que nunca me quede la sensación de que tiré la toalla.

Y esa, precisamente esa, es mi recomendación para hoy. Me decían ayer (en cierto grupo de Watsapp) que si iba a decir mi edad. Y por qué no. Yo estoy orgullosa de cumplir cuarenta y de lo que he conseguido en la vida; los sueños se convierten en realidad en una forma insospechada, pero siguen siendo los nuestros. No es lo importante los años que se tengan sino lo que uno ha hecho con ellos. Y sobre todo, mirad hacia atrás solo para recordar lo bueno y para aprender de vuestros errores; si no estaréis perdiendo el tiempo. Aprended, aprended y aprended, y actuad en consecuencia; atreveos a vivir, a luchar por vuestros sueños, a hacer aquello que os haga disfrutar, que os haga afrontar el resto de vuestra vida como si de verdad, por encima de todo, eligiérais vivirla.

Se me olvidaba. Hoy, de regalo, una canción que ya hemos oído aquí; que aleja las nubes aunque solo sea un instante y que forma parte ya, muy especialmente, de nuestra banda sonora, la de en ese momento del día.

Un momento para una persona

martes, 28 de abril de 2015

En la vida, hay personas que escogemos y otras que nos vienen, por decirlo de algún modo, impuestas. En el caso de las primeras, la experiencia y el paso del tiempo nos van enseñando. A base de fracasos, de decepciones, vamos aprendiendo y valorando a aquellas que se quedan a nuestro lado. Llega un momento que miramos a nuestro alrededor y nos sentimos reconfortados con su sola presencia; en ese momento, esas personas son familia. 

En cuanto a las impuestas, nacemos ya con ellas asignadas (padres, abuelos, tíos...) o se van incorporando a nuestro camino: son nuestra familia "original". Con ellos la relación, por obligada, muchas veces no es valorada; a menudo nos alejamos y no aprovechamos la fuente de fortaleza que supone en sentirse parte de un todo. En mi caso, mi familia es enorme y muy unida; he tenido mucha suerte. 

A estas alturas os estaréis preguntando de qué va exactamente esta entrada. Pues esta entrada es un reconocimiento, un homenaje y un inmenso, enorme abrazo para una persona que, aunque "impuesta", elegiría una y otra vez si tuviera que comenzar mi vida de nuevo. Ya os he hablado de ella en alguna ocasión; hemos compartido toda la vida, hasta que cada una de nosotras formó su propia familia; y aun desde entonces seguimos compartiéndola.

Sí, es mi hermana. La que siempre estaba en el otro sofá, en mis recuerdos y en mis momentos; la que estaba a mi lado en las malas rachas, y sobre todo, por encima de todo, la que proporciona alegría por donde va. Esa es su característica principal: siempre una sonrisa en los labios. Siempre una palabra amable o un gesto de simpatía; no lo digo solo yo, es tremendamente querida por donde va, porque se entrega por completo y confía en la gente. En alguna ocasión eso le ha supuesto un mal trago; aún así, sigue enfrentándose a todo del mismo modo, dando lo mejor de sí misma en cada momento y a cada persona.

Si tuviera que pensar en una persona que encarnara perfectamente la filosofía de este blog, sería ella. Aprovecha cada instante, se esfuerza al máximo en todo lo que hace y aunque su dedicación a su trabajo es encomiable, encuentra sus momentos, disfrutando de todos y regalando generosamente su tiempo libre. Es ese otro rasgo, la generosidad, que la define; desinteresadamente siempre, ¿cómo no quererla?

Y aunque todo lo anterior ya os da una idea de la gran persona que es, en estos días nos ha demostrado una fuerza sin parangón. La estábamos esperando veinticuatro horas después de una operación nada sencilla, en las que había permanecido en la uci y por lo que habíamos podido saber, con un dolor tremendo y constante. Yo la esperaba en el pasillo, y ella, tumbada en la camilla, al verme sonrió. Y así entró en la habitación, y así recibió a cada uno de los que fueron a visitarla. Sonriendo, alegre, siempre viendo el lado positivo; incluso en las circunstancias más desfavorables.

Hoy también tengo una recomendación, no sólo para vosotros sino también para mí misma: aprended de ella; de las personas como ella que tenemos en nuestra vida, y que muchas veces no valoramos como merecen. Decimos mucho más fácilmente las cosas que nos disgustan; con lo  sencillo que es decir lo bueno de las personas que los rodean y la felicidad que da el sentirse reconocido y querido, ¿verdad? 

Y sobre todo, por encima de todo, si tenéis la suerte de tener a alguna persona "impuesta" o "elegida" que os haga sentir la vida en plenitud, valoradla. No dejéis que se aleje; llenará vuestra vida de color, y la vida no está hecha para verla en blanco y negro. 

Termino diciendo lo que ya apuntaba al principio: la elegiría una y mil veces. Como todos los que tenemos la suerte de tenerla. 

Adivina qué leemos hoy

jueves, 23 de abril de 2015

Naturalmente hoy, día del Libro, os traigo un momento para leer. No podía ser de otra forma, y sin embargo me ha costado mucho elegir hoy. No por falta de opciones, sino porque me dio por pensar qué libro había sido capaz de sorprenderme más de todos los que he leído (porque a la pregunta de cuál es mi libro favorito he sido siempre incapaz de responder). Después de pensar en unos y otros, de repente me vino a la cabeza una imagen: yo, con unos 15 años, cerrando un libro no demasiado grueso, y quedándome con una sensación de vacío como pocas veces he sentido. Pensando “Y ahora, ¿qué?”. Así que ese es el libro que os traigo hoy. No mi favorito, no el que más me ha gustado, sino el que, tras acabarlo, me hizo pensar “Y ahora, ¿qué?”. 

Un libro que ni siquiera escogí: era una lectura para la clase de literatura. Y que tengo que decir que probablemente no hubiera llamado mi atención por aquel entonces; aunque su autor es sin duda uno de mis preferidos y con el tiempo no sólo me ha ganado con sus libros, sino que también ha influido en mi elección de otros; todo lo que me recuerde aunque sea vagamente a su forma de escribir, me atrapa. Por su utilización magistral del lenguaje, por sus descripciones y sobre todo, por esa aparente sencillez que se proyecta en las palabras, en los personajes, en los paisajes y en definitiva, en su obra. De hecho, recientemente he llegado por casualidad a un autor del que hablaremos aquí próximamente, que ha sido un gran descubrimiento para mí y que me recuerda mucho a él: Justo García Soriano.

Pues bien, recuerdo que lo empecé sin ningún entusiasmo y también que me lo leí de un tirón. Sin darme cuenta, me vi inmersa en los dos mundos allí reflejados. Por un lado, el mundo urbanita, en la España de 1977 en período de campaña electoral. Mucho idealismo, muchas ganas de comerse el mundo y un exceso de confianza en sí mismos; los jóvenes de ciudad que, con la finalidad de ganar votos para su partido, deciden “descender” al mundo rural, salvar a sus habitantes de una vida de segunda. 

El pueblo al que llegan, un pueblo castellano prácticamente deshabitado. Y un hombre que, a sus ochenta y pico, en ningún momento nos hace pensar en un anciano. Un choque brutal, un enfrentamiento, que aunque amistoso y educado, no deja de ser eso: un enfrentamiento. Un juego de gato y ratón en el que al final, no se sabe quién es quién. 

Un hombre con una sabiduría más allá de los libros; la de toda una vida de trabajo duro pero hecho a conciencia, y una vida que no se entiende sin ese trabajo. Una comunión envidiable con la naturaleza, y sobre todo, un sentido común que los jóvenes (y especialmente uno de ellos, el que encabeza el grupo, que es “menos joven”) han perdido; hemos perdido. Frases que nos golpean por su evidencia; recuerdo que alguna de ellas me produjo un impacto que a continuación era descrito exactamente como yo lo había sentido por el personaje de Víctor; el que encabeza el grupo de los que vienen a hacer política al pueblo. 

La catarsis final del personaje de Víctor, que se da cuenta de que en realidad estaba equivocado, que la realidad es totalmente opuesta a lo que él tenía en mente cuando llegó. Que la vida de segunda es la suya, la nuestra. Que ni su llegada, ni su marcha van a influir en absoluto en el señor que ha conocido, al que ha venido a imponer su verdad como la única verdad posible, y que finalmente le ha mostrado que su verdad es inventada. Que ha olvidado, que todos ellos han olvidado, que la esencia es otra; que se han quedado con lo accesorio y han fabricado auténticos ídolos de oro con ello. Que él no los necesita, sino que son ellos los que lo necesitan a él y a tantos como él. Y lo peor de todo: que ni siquiera lo saben.

Al cerrar el libro me sentí Víctor. Vi la esencia y también vi lo difícil que es que perdure este sentimiento de lo que es importante de verdad. Puede decirse que es un libro que ha influido decisivamente en mi vida, puesto que aunque en muchas ocasiones, más de las que me gustaría, pierda de vista el camino, está ahí, y sé cuál es. De eso tratamos aquí, ¿verdad?

Os estaréis preguntando si me he olvidado de incluir en la entrada en título del libro. Pues no, he pensado en hacer algo diferente hoy; además de no reseñar el argumento, como ya es habitual, hoy sólo he puesto el nombre de un personaje, a modo de “pista”. Aunque no lo hayáis leído, lo conoceréis seguro, o habréis visto la película basada en él, que por cierto es bastante fiel al libro. 

De modo que terminamos hoy con una pregunta: ¿de qué libro y de qué autor creéis que estoy hablando? La respuesta, aquí, el martes; el lunes, ya sabéis, en Imas Información. 


Un momento de película: La gata sobre el tejado de zinc

martes, 21 de abril de 2015

Acaba la película y me quedo sentada, mirando la pantalla. Aún permanece en mi retina la última imagen, y aunque como ya suponéis voy a desvelar poco, (por si algún despistado como yo aún no la ha visto), sí tengo que deciros que los dos actores que en ella aparecen han conseguido hacerme estremecer. 

Una novela de Tennessee Williams, primero teatralizada y luego llevada a la gran pantalla. Y de qué forma. Una lucha de personajes fuertes, llenos de contradicciones, encarnados por grandísimos actores. Tanto es así que es imposible destacar a uno sobre los demás, de manera que empezaré por hablaros de los protagonistas. 

Paul Newman y Elizabeth Taylor. Una interpretación candidata en ambos casos al Óscar, que desde luego consigue introducirnos en la historia, anclarnos al sofá, y sentir. O no sentir. Porque Brick (Paul Newman) no siente; trata de pasar por la vida lo más rápido posible, con un vaso de whisky en la mano y un enorme secreto que acalla a base de alcohol (y que en la película se intuye muy sutilmente, a diferencia de lo que ocurre en la novela). Maggie, su esposa (Elizabeth Taylor), enamorada de su marido y de una forma de vida que le permitió escapar de la falta de dinero, que no de clase, de su infancia. Y una fingida indiferencia que se manifiesta en todo su esplendor en uno de los diálogos más conocidos: 

“¿Sabes cómo me siento? Como una gata sobre un tejado de cinc caliente” “Los gatos saltan de los tejados y no se hacen daño. Adelante. Salta” “¿Saltar adónde?” “Búscate un amante” “No merezco esto. No tengo ojos para ningún hombre. Incluso cuando los cierro te veo sólo a ti”

Elizabeth Taylor como una auténtica gata. Destilando sensualidad en cada poro, seduciendo a los personajes y al espectador. Provocando a todos excepto a aquel a quien intenta con más ahínco ganarse, suplicando, humillándose, sin importar nada más que él: Brick. Él, impasible, frío, sin conmoverse en absoluto hasta que el espectador llega a preguntarse si queda algo humano dentro de él. 

Big Daddy, el patriarca, Big Mama, la madre, auténtico sostén de la familia, y el hermano mayor, Gooper, con su odiosa esposa  Mae y sus cinco repelentes hijos, conforman el elenco de grandes personajes. Soberbia la interpretación de la cuñada antipática e interesada únicamente en la herencia del patriarca, revoloteando permanentemente alrededor de sus suegros y dejando entrever su odio hacia Maggie a la que sin duda envidia. 

Una trama que desvela intrigas, secretos y sobre todo, mentiras e hipocresía. Y que desemboca en un diálogo sublime, en un sótano lleno de pertenencias arrinconadas, entre Brick y Big Daddy, acerca del amor, la muerte, las cosas materiales. En definitiva, lo prescindible y lo esencial de la vida (¿os suena?).

He sentido la frialdad de Brick, compadecido a Maggie, comprendido cómo se entretejen entre los miembros de esta familia las relaciones a base de medias verdades y mentiras. Y finalmente, me he reconciliado con las debilidades de cada uno, he acabado viendo su fuerza y me he identificado con unos personajes que quizás, a pesar de todo, no nos quedan tan lejos. Alguno de ellos, me ha ganado a lo largo de la película. 

Mi recomendación: poned especial atención a las interpretaciones de los actores, tanto protagonistas como secundarios. Siempre es buen momento para esta película, porque siempre es buen momento para profundizar en la condición humana. Y para recordar que lo esencial es intemporal; que la vida se compone de multitud de pequeños momentos, como los que juntos estamos descubriendo aquí. 

Os dejo con una frase de Tennesse Williams para tener en cuenta: “La muerte es un momento, la vida muchos”. 




Momentos mano a mano

jueves, 16 de abril de 2015

Desde prácticamente el inicio de esta aventura vengo anunciando una entrada sobre Aute. El problema que tenía, que tengo, es ya no la dificultad de elegir canción, sino incluso fragmento, hasta que hoy, de pronto, di con la solución: hoy os traigo mi cd favorito. Dos grandes, dos poetas, dos formas de cantar y de contar y una constante: la emoción. Hoy, "Mano a mano" con Aute y Silvio Rodríguez.

Ya ni recuerdo cómo llegué a él; sí recuerdo que empecé a escuchar a Aute con quince años, por recomendación de nuestro profesor de literatura, Duyos. Recuerdo que su personal forma de enseñar consiguió abrir nuestra mente; apreciar la poesía, desarrollar un gusto personal en materia de libros; considerar otras opciones y en suma, amar la literatura. Oí por primera vez a Aute y me cautivó para siempre, su voz grave, su peculiar forma de describir el amor, tan completo; la belleza, plena, en sus letras. 

Y fue Aute el que me llevó a Silvio, en esa colaboración en la que se suceden las emociones, uno canta su canción pero también la del otro, poniendo el alma en cada verso. Y eso es lo que nos transmiten: su alma. Su visión. Su particular forma de ver el mundo. Y el amor, desbordándose, quemando cuando no es correspondido, describiendo de tal forma a la persona amada que por un momento la envidiamos, mostrando el vacío de su ausencia y la desesperación de su marcha. Y la vida. Su vida. Nuestra vida.

No puedo reproducir aquí cada una de las canciones, y además ya sabéis que no me gusta desvelaros "el argumento"; en cualquier caso, todas ellas en algún momento determinado me sirvieron de vía de escape, de paño de lágrimas o de muestra de esperanza; han llenado tantos momentos en mi vida... No todas mis canciones favoritas están aquí, pero podría decirse que es mi favorito porque cada una de ellas me conmueve y despierta algo en mi. Difícil de creer, ¿verdad? 

"Fue en ese cine te acuerdas
 en una mañana al Este del Edén
James Dean tiraba piedras
a una casa blanca entonces te besé"
La NOSTALGIA, así, con mayúsculas, encarnada en "Las cuatro y diez"; llegamos a sentir esa tristeza de quien tuvo y dejó escapar, o simplemente a quienes la vida separó, adivinándose el anhelo de recuperar, el arrepentimiento de quien quizá cambió el vivir por algo más seguro. Sin pensar que una vez que has vivido, nunca se puede olvidar.

El ANHELO, en Monólogo, esta vez Silvio es quien nos habla, en la voz de quien, ante la juventud perdida, rememora, recuerda, nos conmueve: 
"Vi luz en las ventanas 
 y oí voces cantando
y sin querer ya estaba soñando" 

La AUSENCIA, definición perfecta de Aute:
"Hay algunos que dicen
que todos los caminos conducen a Roma
Y es verdad porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra"

La PERFECCIÓN, en un verso de Silvio con la voz con la que Aute nos emociona: "Si me dijeran pide un deseo / preferiría un rabo de nube"

El DESAMOR, en una canción a la que se han dado otros significados, pero que para mi será siempre la expresión del dolor, la rabia y la impotencia del amor perdido:
"Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos."

Un conjunto para muchos momentos. Probadlo, escuchadlo y escoged vuestros fragmentos; incluso aunque no os guste este tipo de música, abrid vuestra mente y al menos, quedaos con las definiciones, con las emociones encerradas en cada verso; con el espíritu de cada canción. Estoy segura de que os sorprenderá ver cuánto os llega, ya sea la historia, la imagen que se suscita en vuestro interior o el recuerdo que atisbáis escuchándola. En cualquier caso, algo, por dentro, se removerá. Y de eso tratamos aquí, ¿a que sí?

Os dejo con lo que para mí es EL AMOR:  
"Qué hago ahora contigo.
Ahora que eres la luna, los perros,
las noches, todos los amigos."